La palabra, repetida dos veces para enfatizar, no suena bonita, pero describe literalmente lo que pasó la tarde del viernes cinco de octubre.
Dos días antes había cumplido las 40 semanas de embarazo. Algo contrariada por el afán de otros sobre el desenlace de mi embarazo, pase los dos días siguientes buscando estar tranquila y ponerme dos tapones en los oídos. En esa actitud "zen" me encontraba cuando el viernes en la mañana sentí que se me escapaba un poquito de líquido.
No, no era ruptura de fuente. Era muy poca la cantidad de líquido. De todas maneras, me dije, tenía cita con el obstetra. Si algo pasaba, me dejaría ingresada en la clínica. Mi esposo se levanta y se prepara para ir al trabajo. Le hago el comentario. Insiste en que vaya con mi suegra al médico, pero ando con una terquedad de esas que no tienen razones, pero que defiendes tener. Una hora después boté el tapón mucoso.
Observé la sustancia viscosa y marroncita como diez veces. Encendí la laptop para confirmar lo que había leído con anterioridad: era señal de que el parto estaba próximo. Podría ser hoy, mañana. Me cambie y no dije nada. Me despedí de mi suegra y le dije que cualquier cosa le llamaba.
Cerca de las once de la mañana el médico me revisa. El niño ni siquiera está encajado. Aunque desde hace semanas siento contracciones, nunca han sido regulares. Me dice que este vigilante a ellas y que sí se regularizan e intensifican lo llamara. "Creo que lo harás antes de la cinco de la tarde", me dice en broma.
Llamé a mi suegra y le comenté lo que me había dicho el médico. Voy al salón de belleza. Allí, entre relajos y comentarios de mi próximo parto, me doy cuenta que las contracciones se hacen regulares. Sonrió por dentro. Mentalizó. Salí de ahí al supermercado, a dos esquinas. Compré algunas cosas y cuando subo al vehículo me doy cuenta que las contracciones se intensifican.
Llegué agotada al apartamento. Almuerzo una ensalada y le digo a mi suegra que creo que nos vamos pronto a la clínica. Lo que no me imaginé es que tan pronto sería...fue muy pronto!!!
A las dos y media de la tarde, y motivada por mi suegra, entro en la bañera. El agua me relaja y se intensifica el dolor. "Esto va rápido", me digo. Respiro, o al menos eso trato de hacer. Me visto y me siento en la sala. La ola de dolor viene y va. Llamo a mi esposo y me dice que va...que va a arreglar unos papeles. Le pido que salga lo más pronto posible. Mi suegra me consuela y acompaña. Benditas manos y bendita compañía.
Llamo al médico y me dice que salga para la clínica. Mi suegra llama a mi esposo y no voy a repetir lo que le dijo, pero puedo decir que le dijo que saliera ya. Mientras, siento que un hacha me abre la espalda. Camino, balanceo mi cadera, respiro, me recuesto de la pared cada vez que viene una contracción...cada vez más fuerte. ¡Todo pasa muy rápido!
A las cuatro de la tarde llega mi esposo. Me aferro a su cuello. Las contracciones no me sueltan ya. No bien se apacigua una, inicia la siguiente. Esperamos a un sobrino de mi abuela, Danilo, que viene a buscarnos. Los minutos se me hacen eternos y el dolor me corta la respiración. Por fin llega el carro y bajo las escaleras (vivo en un segundo piso). A pasos de montarme en el vehículo el agua empieza a salir de entre mis piernas. Entonces, se arma el "corre corre".
No recuerdo mucho del camino a la clínica. Solo vocalizaba mi dolor (gritaba, en buen dominicano) y trataba de aguantar porque sabía y sentía que si hacía el mínimo intento de no aguantar el bebo nacía allí mismo. Mi esposo me tomaba de la mano y me consolaba entre una risa nerviosa. Mi suegra ya ni sabía que decirme y Danilo, al volante, trata de volar por encima de todo el mundo.
En la puerta de la clínica estalla el torrente de agua entre mis piernas. Ya no puedo ni hablar, solo veo a mi médico sentado en la emergencia. "Te estaba esperando". Me suben a una camilla y el médico, con esa calma sabia que admiro de él, me revisa. Entonces, se arma el segundo "corre corre". "Esta completa. Despejen el ascensor, rápido". Sólo distingo la voz de un enfermero que va junto a la camilla y me dice que no puje, que respire hondo.
No hubo tiempo de ponerme una bata. Entre a la sala de parto con el vestido que llevaba puesto. Las enfermeras se apuran y yo tengo unas ganas enormes de pujar. Veo que el pediatra llega apurado. Me hace unas preguntas. Respondo. El médico se sienta delante de mí. Piernas abiertas. Una enfermera me ayuda y me dice como pujar. "No hagas la fuerza en la garganta, sino abajo, como si fueras al baño (la comparación, ahora que la pienso, no me agrada)". "Puja", me dice el médico y lo hago. "Esta primeriza es una campeona", me anima.
Siento la cabeza del bebo. Pujo dos veces más y sale de mí. Lo ponen encima de mi barriga. Puse mis manos en su cuerpecito. Una perrilla le roba la tranquilidad y empieza a llorar. Le digo por primera vez su nombre. Fernando. Se lo llevan a pocos pasos de mí. Supongo que lo limpian y revisan. Sigo hablándole. Minutos después sale la placenta y mi doctor me la enseña. Me da unos puntos y me duermen.
Despierto en la sala de recuperación. No sé que hora es. Tengo tantos deseos de ver a mi pequeño. Mi esposo entra y me llena de besos. Me habla de Fernando. Está en el cunero. El esposo está emocionado, feliz. Mi suegra entra también. Tan emocionada como mi esposo. Ella se estrena como abuela. Las enfermeras no paran de preguntarme si soy primeriza, si es mi primer parto. Me felicitan. No sabía que un parto natural era un acontecimiento tan extraño, quizás, o será que por la rapidez del mío les costaba creer que fuera el primero.
Mi esposo me dice que en la clínica no hay habitaciones disponibles. Me pasan a una habitación de recuperación. Entra mi hermana, mi suegra, una prima de mi esposo y mis compadres. Estoy bien, pero me entristece no poder ver a mi hijo hasta el día siguiente. Me enseñan fotos del bebo en el cunero. Es hermoso.
Mi esposo se queda conmigo. Me cuida y vigila el sueño. ¡Qué madrugada tan larga!
Temprano en la mañana recibimos la visita del pediatra. Todo bien con el bebo. Yo solo pienso en que ya me le dieron formula. Luego va mi doctor. "Estas muy bien. ¿Quieres irte hoy?". Claro!!! Sonrío. Recojemos todo. Y voy lo más pronto posible al cunero.
Ahí está. Fernando. Con sus grandes ojos. Es mi hijo. Es el bebo que creció dentro de mí. Entro al cunero y mi esposo se queda fuera. Una enfermera me pasa al niño y me quedo mirándolo. Lo abrazo. Trato de recordar la forma en que debo colocarlo para amamantarlo. "¿Y tu médico no te dijo cómo hacerlo?", me dice una odiosa enfermera. "Una cosa es que me lo expliquen, y otra es hacerlo por primera vez", le respondo. Otra enfermera se acerca y me ayuda.
Entonces sí, cuando Fernando me mira pegado a mi teta el mundo se abre nuevo para mí.
Maravilloso. La magia de la vida. Me has hecho llorar. Felicidades, Madre. Bienvenido tu Rey Sol.
ResponderEliminarGracias por compartir un poco de la emoción de este proceso. Gracias por tus bonitos deseos. Espero que vengas a conocer a Fernando.
ResponderEliminarQue historia más hermosa... estoy con el pulso acelerado y te juro que sentí esa tensión al leer la historia. Mucha salud y vida para #Fernando y también para ti. ¡Que rápido pasa el tiempo!
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