martes, 19 de noviembre de 2019

Pérdidas

Photo por Sep en Unsplash
Sentada cerca de la puerta del consultorio escucho la música. Es salsa. La voz desde dentro repite las frases melosas, acompasadas a timbales. Sonrío sin más.

Llega mi turno. La sensación de que el corazón se detiene un segundo, como un salto al vacío con los pies en la tierra. Me quito la ropa, me pongo la bata, abierta por detrás. Me acuesto en la camilla. La salsa sigue sonando. Ella es amable, tiene cara feliz. Empieza a examinarme. Entrecierra los ojos mirando con atención el monitor. "¿Por qué te enviaron a hacerte este estudio?".

La pregunta es la pared en que se rompe la botella. Le hablo con miedo de lo que me pasó, del dolor más allá de los físico, el temor de que nada sea igual, de volver a intentar, de lo que perdí y temo perder. Su rostro pierde algo del resplandor que le vi al entrar. Entre mis pausas, me habla en términos precisos sobre mi fisonomía y contesta mis preguntas. Luego, una pausa larga.

"Me pasó cinco veces". Su confesión es un golpe sordo, una nota que no calza con el timbal de la canción que suena, una frase trágica que no corresponde a esa música de fondo. Tardo en responder. Le digo lo que no pienso, no uso las palabras que se me agolpan en la cabeza. Pronuncio las de fórmula protocolar. Me alejo al otro lado de la habitación, detrás de un biombo. Mientras me abrocho el pantalón me dice: "la única que sobrevivió murió cuando tenía cuatro años, en un accidente". Levanto la cabeza y miro fijamente la pared verde azulada. 

- No podría con algo así.
- Dios es el que sabe lo que hace.

Salí con la cabeza baja. 

Me senté afuera nuevamente. La recepcionista se dirige al consultorio, deja la puerta entreabierta. Sigue sonando la salsa. Veo sus manos sostener un papel, doblarlo, introducirlo en un sobre, darle el sobre a la recepcionista. Quería entrar, que me abrazara, que me dijera cómo podía, cómo pudo, cómo puede.

Recordé los primeros versos de El arte de Elizabeth Bishop. No es difícil dominar el arte de perder:/tantas cosas parecen llenas del propósito de ser perdidas,/que su pérdida no es ningún desastre.

Perder una, cinco veces. Perder la única esperanza de las pérdidas. Perder y que no signifique el desastre. Perder y poder escuchar salsa como fondo de la tragedia. "Incluso habiéndote perdido a ti (tu voz bromeando, un gesto/que amo) no habré mentido. Por supuesto,/no es difícil dominar el arte de perder, por más que a veces/pueda parecernos (¡escríbelo!) un desastre".


sábado, 12 de octubre de 2019

Siete años



Hoy (el 5 de octubre), por encima de toda tristeza y tribulación personal, es un día muy feliz, demasiado feliz para mí.

Mi hijo cumple años.

Fernando llegó a mi vida antes de nacer. Lo desee, lo busqué y lo amé desde el momento uno que me lo colocaron sobre la panza cuando dí a luz.

5 de octubre de 2012, a las 5:25 de la tarde.

Un parto apurado, sin medicación ni nada porque no dió tiempo a nada (ahí descubrí que parezco tener un umbral del dolor amplio).

De todos los recuerdos que guardo, la mayoría borrosos y trastocados, sé que nunca olvidaré la primera vez que mis ojos se cruzaron con los de él, en mis brazos, y como se quedó mirando mi rostro, como diciendo "por fin te veo la cara, mamá".

Al Fernando, el que acuné en mis pensamientos antes de que naciera, se fue años después. Fernando nació otra vez, en abril de 2016. Era en ese entonces el mismo bebé que parí, pero sé convirtió en el hijo real ese día, en que no solo entendí quién era, sino que comprendí que una madre y un hijo nacen muchas veces y de muchas maneras, y que la única resurrección posible es la de aceptar desde el amor.

Fernando es feliz y lo sé. Sus "te quiero, mamá". Sus abrazos, su risa, sus pleitos de adolescente precoz, de los que se tira en la cama con la cabeza entre la almohada luego de estrallar la puerta de la habitación porque mamá le dijo que no ahora, que esto no lo puede usar o porque tiene que hacer algo que no quiere, sus "falta mamá", sus "¿Estás bien?"... Es una expresión de lo amplio que se vuelve su mundo.

Ser su mamá ha sido toda una ruleta rusa. Supungo que él tendrá sus quejas en algún momento de mí. Lo que sí sé es que al igual que esa primera vez que lo acuné y me observó con esos ojos de niño que encontró su lugar, y yo lo mire con la sonrisa más amplia de mi vida, siempre nos reconoceremos y nos sabremos unidos por algo que esta mujer de muchas palabras jamás podrá describir.

jueves, 23 de mayo de 2019

El niño crece

Soy yo.
Un tiempo sin escribir sobre esto de ser mamá.

Fernando crece.

Lo veo y recuerdo mi propia niñez, ya tan borrosa, marcada por esta vida de adulta.

Fernando ahora no tiene ese peso. Es un niño con mucha energía, que ha avanzado bastante en su camino de ser como es, como la azarosa decisión de la vida, fortuita, sin cartas marcadas, decidió que tendría que ser.

Pregunta ("¿Qué es eso, mami?). Bromea. Me da besitos y me dice "te quiero" para ablandarme y obtener lo que quiere.

Le gusta el basketball y parece jugarlo bastante bien.

Sabe sumar cifras pequeñas, escribir su nombre, escribir mamá, papá, castillo...

Repite y repite los capítulos de Masha en Netflix, también los de Peppa Pig. Dejó atrás su obsesión por las intro de las películas (¡Menos  mal!).

Casi todas las madrugadas se levanta, cruza el pasillo, y se sube a la cama de mamá y papá.

Es feliz, sin duda. Es amado y nos ama.

Mientras sigo pensando en su futuro, el sigue viviendo el presente con un frenesí que a veces me hace desear que no crezca. Pero crecerá.

Y yo con él, de alguna manera.

martes, 5 de febrero de 2019

La pena

Si algo tiene que enfrentar un padre o una madre que tiene un hijo o hija con alguna discapacidad, por mínima que sea, es la pena de los demás.

Porque antes del posible acoso a niño o niña en la escuela, los primeros que enfrentan el "bullying" son los padres de estos niños.

"Ustedes tan bien y ahora con ese niño con ese problema", "¿Hay alguien así en su familia", "¿Y eso se puede diagnosticar antes de nacer?", "Ese pobre niño enfermito".

Y no, no importa que la situación sea leve, alguien en algún momento usará esa expresión, que suele venir de familiares.

¿Cómo respondes a "la pena"? No respondes, aunque a veces duela, aunque a veces quisieras decirles que no, no es "un enfermito", tiene algo que superar, que está superando.

Porque a veces las explicaciones no son suficientes, y algunas personas no las entienden, o no tienen capacidad de entender.

Al final es algo que se sabe que hay que enfrentar siempre, la pena. A veces expresada como una condolencia, como si estuvieran dando palmadas o abrazos en un funeral, frente a un ataúd.

Es posible que la pena sea un cliché, un "salir del paso", un "no sé que otra cosa decir".

Todos sentimos pena alguna vez, pero como en los velorios sería bueno acompañar en silencio... más si se tiene amor a pesar de la pena.