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Llega mi turno. La sensación de que el corazón se detiene un segundo, como un salto al vacío con los pies en la tierra. Me quito la ropa, me pongo la bata, abierta por detrás. Me acuesto en la camilla. La salsa sigue sonando. Ella es amable, tiene cara feliz. Empieza a examinarme. Entrecierra los ojos mirando con atención el monitor. "¿Por qué te enviaron a hacerte este estudio?".
La pregunta es la pared en que se rompe la botella. Le hablo con miedo de lo que me pasó, del dolor más allá de los físico, el temor de que nada sea igual, de volver a intentar, de lo que perdí y temo perder. Su rostro pierde algo del resplandor que le vi al entrar. Entre mis pausas, me habla en términos precisos sobre mi fisonomía y contesta mis preguntas. Luego, una pausa larga.
"Me pasó cinco veces". Su confesión es un golpe sordo, una nota que no calza con el timbal de la canción que suena, una frase trágica que no corresponde a esa música de fondo. Tardo en responder. Le digo lo que no pienso, no uso las palabras que se me agolpan en la cabeza. Pronuncio las de fórmula protocolar. Me alejo al otro lado de la habitación, detrás de un biombo. Mientras me abrocho el pantalón me dice: "la única que sobrevivió murió cuando tenía cuatro años, en un accidente". Levanto la cabeza y miro fijamente la pared verde azulada.
- No podría con algo así.
- Dios es el que sabe lo que hace.
Salí con la cabeza baja.
Me senté afuera nuevamente. La recepcionista se dirige al consultorio, deja la puerta entreabierta. Sigue sonando la salsa. Veo sus manos sostener un papel, doblarlo, introducirlo en un sobre, darle el sobre a la recepcionista. Quería entrar, que me abrazara, que me dijera cómo podía, cómo pudo, cómo puede.
Recordé los primeros versos de El arte de Elizabeth Bishop. No es difícil dominar el arte de perder:/tantas cosas parecen llenas del propósito de ser perdidas,/que su pérdida no es ningún desastre.
Perder una, cinco veces. Perder la única esperanza de las pérdidas. Perder y que no signifique el desastre. Perder y poder escuchar salsa como fondo de la tragedia. "Incluso habiéndote perdido a ti (tu voz bromeando, un gesto/que amo) no habré mentido. Por supuesto,/no es difícil dominar el arte de perder, por más que a veces/pueda parecernos (¡escríbelo!) un desastre".