La perspectiva es inevitable en la vida. Cualquier plan, proyecto o meta se alimenta de ello, de ese mirar futuro lleno de ilusión, pero también matizado por nuestros sesgos, prejuicios, deseos y realidades.
La perspectiva es soñar.
Ser padres y madres no escapa de eso. Ponemos en perspectiva nuestros deseos sobre ese niño o niña. No es malo, claro que no, pero si alimentamos sin control ese deseo no solo nos va a devorar, sino que convertiremos a ese niño o niña en un presa destinada a ser devorada.
En mí primó el deseo de no desear más allá que salud y amor para mi hijo. La salud es un tema en que mis deseos no han sido del todo correspondidos. El amor, por el contrario, ha sido superado en mis deseos. Sin embargo, mi hijo es una presa, pero no de su padre ni de mí, sino de ese circulo alrededor que antepone deseos, proyecta perspectivas, sobre mi hijo.
Conozco esa sensación en carne propia. Y observo, con dolor y a veces con hastío, como mi hijo también la sentirá.
No, no sueño con proteger a mi hijo de todo y de todos. Mi amor hacia él es grande pero limitado. La primera conciencia que tuve al ser madre es que mi hijo no me pertenecía, por más egoísta que fue la decisión de tenerlo. Y pensar en ello en principio es una lucha, una contradicción al deseo, a la perspectiva. Pero algo me ayudó a entenderme en esa lucha: mi hijo no es un plan, ni un proyecto, ni una meta.
Mi hijo es quien es, desde lo que es, a pesar de lo que desee yo u otra persona.
Mi mayor lucha, entonces, ha sido sobrellevar las perspectivas de los demás entorno a mi hijo, lo que incluye las comparaciones con otros niños en parecidas o distintas situaciones (no, la gente nunca entiende que ningún niño es igual a otro, aun siendo hermanos, aun siendo gemelos, aun teniendo la misma enfermedad, color de ojos...y un largo ecetera). Esto también incluye desplantes, comentarios diversos, algunos hirientes, recriminaciones, desdén... y por el bien del entorno decides pasar estas "atenciones" por alto, aunque te hagan mella.
La cuestión ahora, mi cuestión, en enseñarle a mi hijo de alguna manera a sobrevivir a todo eso, que estará siempre en su vida, porque aunque sus padres no asuman proyecciones exageradas y presiones fuera de lugar sobre él, otros lo harán, y lo compararán, y lo menospreciarán, y no lo comprenderán.
Confiar en mi hijo. ¿Se confían en los hijos? Pues sí, confió en mi hijo, y el amor hacia él que me enseñó, primero, a renunciar a su ilusoria posesión, y en la medida del tiempo también me enseñó a despedir el deseo y la perspectiva idealizada del hijo, y enterrar a ese hijo idealizado entre lágrimas y duelo, y me enseñó a esperar "al tercer día" su resurrección en el hijo real que me abraza. me mira a los ojos, que dice "mamá" o "mami", que llega a mi casa jugando a buscarme y me abraza cuando me encuentra, y que de a poco se descubre ante mí, ante los demás, aunque muchos de esos demás quieren que sea otro que no es, y siguen amarrados al deseo, a sus perspectivas, a sus comparaciones, a sus comentarios, algunos hirientes, a sus recriminaciones...
Lo lamento por ellos, en cierta manera, porque se pierden al niño que es mi hijo, al real, y creo que algunos nunca tendrán la suerte de conocerlo.
Y si es como dice su padre, el esposo, que tiene mi carácter, entonces pasará lo que pasó conmigo.
Sobrevivirá en su carne.