Esa reflexión la hice llorando, recuerdo. Y me pasó el día que empecé a comprender, no porque nadie me contará, que mi padre era una gran ausencia en mi vida.
Viví con mi padre hasta los nueve años, restando el casi año que estuve viviendo en República Dominicana cuando mi madre tuvo que venir aquí desde Venezuela a someterse a una operación después de dar a luz a mi hermano menor. De esa época junto a mi padre recuerdo detalles tan especiales como el su bigote, la manera en que se sentaba a ver televisión los domingos y lo gigante que lo veía desde mi mínima estatura.
No recuerdo muchas expresiones de cariño.
Durante mi niñez, el transcurso de mi juventud y lo que llevó de vida adulta la ausencia presente de mi padre ha flotado. No entraré en detalles, pero les puedo decir que esa noche de mi adolescencia le perdoné, aunque no supiera las razones del porqué se portaba como se portaba.
A esa edad podía comprender cosas que de niña eran imposibles de pensar. Porque el mundo de un niño es demasiado frágil para asumir las complejidades de los adultos, lo bueno y lo malo. Y aquí debo agradecer a mi madre y a mi abuela, que de alguna manera y dentro de las circunstancias adversas, trataron de proteger ese mundo frágil de mi niñez.
De ninguna escuche la famosa frase que hoy veo replicada mil veces en las redes en internet: "madres que son padres". Ni siquiera porque mi abuela crió también a sus hijos sin la ayuda financiera de mi abuelo.
Lo que siento sobre mi padre es un juicio que he hecho desde mí, desde la compresión de la complejidad humana que no podía hacer con nueve años. Y que, supongo, ningún niño o niña puede hacer sobre un padre que no es parte de su día a día.
Me dirán "anti mujer". Me dirán, quizás, que yo no debería hablar del tema porque no soy madre soltera.
Pero lo digo desde la hija que soy del padre que tengo.
Y no, ninguna madre es padre también. Las madres solteras son mujeres con doble carga, con más responsabilidad, que necesitan apoyo. Mujeres que son fuertes, pero humanas, que cometen errores pero hacen frente a la vida con sus hijos. "Enseñarle" a un niño que "un padre no es necesario" es sembrar su niñez de dudas, de resentimiento, de huecos que quizás le hagan vivir una adultez llena de tropiezos.
Porque se es solo madre y solo padre. Los hijos ya tendrán edad para poner situaciones en su lugar, para juzgar, para reflexionar y para perdonar o no perdonar. No los obliguemos desde nuestro egoísmo, desde nuestras heridas, desde nuestro tropiezos a asumir una complejidad que no pueden procesar.
Presentar esta realidad confusa solo reafirma una victimización de la mujer y evita, para mal, que la sociedad cambie a favor de que los hombres también se hagan y los hagan responsables de su papel.
Y sí, también hay padres que han tenido que criar sus hijos sin ayuda de una mujer, por viudez y hasta por abandono (sí, créanlo, hay madres que abandonan a sus hijos). Nunca he visto a un padre decir en las redes el día de la madre que son padres y madres a la vez.