martes, 14 de octubre de 2014

"Complacencias"

A su manera. No hay dudas.


Fernando cumplió dos años hace diez días. Con una personalidad ya muy suya. Risueño, demandante, travieso, curioso, y otras tantas particularidades de mi hijo.

Es un niño apegado a mamá, como todo niño criado con apego. No tengo problema con eso. Pues a su edad es lo normal. Cuando bajamos del apartamento se me suelta enseguida de la mano, se va solo al apartamento de doña Juana, una de las vecinas más dulces que he tenido en vida y que es un imán con todos los niños del residencial. Y desde el balcón de doña Juana me dice adiós sin llorar. También se pasa su tiempo jugando solo, mirando televisión y haciendo sus travesuras.

Hoy fui con él a su pediatra. La razón, empezó a cojear ayer. No es una cojera marcada, pero parece que no quiere afincar un pie. En la sala de espera estaba, como siempre, brincando, jugando con una botella de agua. Se sentó en el piso frente al televisor de la sala.

- "No dejes que se siente ahí. En las clínicas hay muchísimos microbios".

Eso me dijo una visitar a médico. La miré, le sonreí.

- "¿En un pasillo de consultorios? No creo. Aunque no se que esté más contaminado, si la tierra que explora en el macetero de mi casa o este piso".

No me volvió a dirigir la palabra.

Ya dentro del consultorio, Fernando se tensa. Cuando trató de ponerlo en el peso, no se deja. Una rabieta. Al final lo sentamos en una bascula donde acuestan a los más pequeños para pesarlos. Casi 29 libras.

Me siento con él y le explicó al doctor la razón de estar allí. Fernando está bien abrazado a mí, viendo con sospecha al doctor. El pediatra me pregunta la edad.

- "Hace quince días cumplió dos años", le digo.

- "¿Y va a la escuela?", me pregunta.

Extraña pregunta. Le respondo que no, que irá el año que viene.

- "Debería ya inscribirlo. Es tiempo de que esté en la escuela", y me lo dice como si se tratara de una receta.

¿Valía la pena explicar mis razones de no llevarlo aun a la escuela? No. No le dije nada más.

Luego, el pediatra se acerca a Fernando con un estetoscopio. Empieza a llorar. Me abraza. Lo pongo en la camilla y ahí empieza la revuelta. El pediatra me dice que le sujete los brazos. Lo hago. Fernando se retuerce. Así logra el pediatra revisar sus orejas y su boca. Revisa su pierna mientras que a él solo le falta girar la cabeza como la niña de "El exorcista". Lo pone en el piso, lo hace caminar hacía mí. Fernando llora y llora. Hasta que termina el examen y se abraza con fuerza a mi cuello. Lo paseo por el consultorio. Mientras el médico me explica que no encontró nada anormal. Le recetará un antiflamatorio. Pide vigilancia y reposo. Me río, por lo del reposo. El también se ríe.

Me vuelve a repetir lo de la escuela.

Me despido.

***
De regreso a casa, en el Metro se muestra incomodo. Está cansado. Trato de entretenerlo. Pide teta. Se la doy. Escucho murmullos pero no alzo la cabeza. Casi llegando a la parada, Fernando insiste en tirarse al piso, le habló. Se queda entre mis piernas. Me pongo de pie cuando el tren está a punto de detenerse, pero Fernando parece que está deseoso de bajarse, muestra nuevamente incomodidad.

- "Es que usted es muy complaciente".

Me dice eso un chico que no puede tener más de 21 años.

Me bajo del tren sin responderle.

Y yo que pensaba que eso de que la gente se crea con libertad de "aconsejarte" consejos no pedidos, y de juzgarte sin ton ni son era asunto de embarazo y recién nacidos.

No, ahora es que falta mambo.