Cuando te enfermas, fracasas en algún proyecto o algo no sabe bien en tu vida personal, siempre aparece un club de los que "sabían" que eso vendría o pasaría.
Con la maternidad pasa algo parecido. Todos saben más. Y no hablo de la época en que necesitas que te enseñen y te apoyen, como son esos primeros meses de ser mamá. Muchas nunca habíamos cambiado un pañal, o visto amamantar a un bebé, o algunos cuidados maternos. Claro que las que fueron madres primero que yo sabían cosas que yo no sé, y de ellas aprendí, aprendemos, tomando y dejando. Incluso años después, cuando los bebés crecen, sigues aprendiendo de otras y otros sobre la crianza.
Aquí hablo de otra arista, cuando tu hijo o hija enfrenta dificultades de algún tipo, que le acompañaran toda su vida. No vale que lo lleves a terapia, que sigas en la medida de lo posible las sugerencias de los profesionales que lo tratan, las peleas y negociaciones con la pareja, escuelas y espacios de aprendizaje para lograr una meta o un objetivo con tu hijo o hija... nada de eso vale porque siempre, siempre, hay alguien que sin convivir con tu hijo o hija te va a decir que lo haría mejor, que avanzaría más "si hicieran esto o aquello", que "si me lo dejan un tiempecito..."...
La gente que no solo no convive con tu hijo o hija, sino que desconoce todo el camino, todo el esfuerzo, todo lo logrado, todo lo invertido, toda caída y levantada para seguir, todo lo dejado atrás para hacer lo que se hace a favor de ese niño o esa niña.
Todos dicen saber.
Lo importante, en todo caso, es mirarlos con desdén y saber, sí saber algo que ellos y ellas probablemente nunca sabrán: que no saben nada.