miércoles, 19 de diciembre de 2018

Fe

Observarte sentado, aplaudiendo. Señalar al Santa Claus, seguir las instrucciones de tu profesor, enseñar el carro de juguete que te regalaron, sonreír por tu regalo, posar para la foto (sólo sonrisas para las foto de mamá), dejarte pintar globitos en el cachete izquierdo.

Despedirte de tus compañeros, con mucha efusividad, eso sí, pero tratando de decir sus nombres de manera correcta, abrazar a algunos.

Expresar tu cariño por los que siempre están alrededor de ti, pedir abrazos, dar besos espontáneos. Decirles sus nombres.

Ver la palabra oso y leer "oso".

Irte a dormir con Mickey porque tu papá te dijo que es tu compañero de sueño y ahora te acompaña a dormir. Llevarlo contigo a la cama de papá y mamá, donde pasas a dormir las últimas horas de la madrugada como todos los días, en el feliz abrigo de tus padres.

Responder de qué color son tus zapatos, el cielo, el plato, el vaso, la silla.

Dibujar a las niñas de tu escuela rodeadas de flores, dibujar casas, niños entrando a la casa, dibujar el sol, las nubes.

Buscar la luna en la noche, señalarla y decirme. "Luna".

Tomar mi mano y esperar que los vehículos pasen para cruzar la calle. Observar el exterior desde un autobús.

Darme besitos para que te dé el móvil...

Que tu profesora me diga que tomaste los exámenes, tus primeros exámenes escolares, sin mucha ayuda.

Pedirme que te lea.

Decirte "vamos a bailar" y que tome mis manos y empieces a mover los pies y la cadera, sonriendo.

Escuchar tus buenas noches y tus buenos días.

Saber que cada día, paso a paso, construyes un puente con el mundo, tu mundo.

Fe... fe en ti.

lunes, 17 de septiembre de 2018

El teléfono

Foto tomada de www.vasderetro.com


Con un vocabulario limitado, pero si que muy dispuesto, el hijo ahora pelea por contestar el teléfono.

La carrera es frenética cada vez que el timbre suena, y por una obviedad de tamaño y energía siempre a mil, mi hijo tiene todas las ventajas de llegar primero.

Hace un rato llamé a casa. Supuse que Adeline, la chica que me ayuda en casa, no le ganaría la carrera.

- Hola

- Hola, Fernando. ¿Cómo estás?

- Bien (y luego me dice algo que no entiendo bien, pero supongo que me habla de lo que ve en la televisión)

- ¿Estás viendo televisión?

- ¡Sí!

- ¿Tu tía Adeline está ahí?

- Sí

- Pues pásame a tu tía

Pero el afán telefónico no se limita al aparato fijo que está en la sala de la casa.

Ayer, domingo, me pidió hablar con su abuela por Whatsapp.

- Cuchi, mamá.

Hice la video llamada. Y me doy cuenta que no solo la quiere saludar, sino que pone el móvil en algún lugar donde asume que su abuela lo puedo ver lanzando la pelota a la canasta de basketball, o bailando o haciendo cualquier otra cosa.

Más tarde, secuestró mi móvil.

- Mi hija, tu hijo me llamó. Estaba hablando con él.

Era mi madre, llamando desde Nueva York. Y yo miro a mi alrededor y me doy cuenta que no tengo el móvil cerca.

Viene por el pasillo le veo el móvil. Me despido de mi madre y le pido el aparato.

Así compruebo que ha llamado a unas 10 personas de mi lista de Whatsapp y algunos me han enviado mensajes preguntándome si los había llamado.

Me pase los minutos siguientes respondiéndoles: "Disculpa, fue mi hijo".

lunes, 27 de agosto de 2018

Johanna

Johanna y Fernando.
La chica que va a casa tres veces a la semana, en las tardes, para ayudarme con los quehaceres tiene una hija. Se llama Johanna.

Mi hijo y Johanna se conocen desde hace tiempo. Ella es mayor que él, creo que por tres años. Cuando va de visita a casa se pelean por el control remoto y juegan juntos.

Una, porque así es la vida, no da mucha importancia a los lazos de los niños, o quizás no los toma muy en cuenta cuando tienes un hijo con dificultades de comunicación que expresa lo que piensa o siente de manera limitada para su edad.

Pero en estos días, y en especial después que ha ampliado su habla y comprensión de su mundo, mi hijo hizo algo que no esperaba y que me puso a pensar en lo mucho que hay dentro de él.

- Tía. Johanna. Telefono (sí, así lo pronuncia, sin la acentuación que llevan), Johanna

Lo dijo así, de repente, cuando Adeline, que así se llama la chica que me ayuda en casa, llegó una tarde de la semana pasada.

Lo repitió varias veces, a ella y a mí. Luego va al aparato de teléfono y levanta el auricular, me mira y  me dice.

- Mamá, Johanna.

Lo entiendo. Quiere ver a Johanna y quiere que la llame para el hablar con Johanna o para que yo le diga a Johanna que venga.

Le expliqué que Johanna no tiene teléfono, que no la podemos llamar, pero que su mamá, Adeline, la traerá la próxima semana.

Insistió un poco más. Creo que en algún momento entendió.

Pero hoy, cuando volvió a ver a Adeline, a quien le dice tía, le volvió a "preguntar" por Johanna y me insistió con llamar a Johanna.

Hay que coordinar la visita con Johanna pienso... y reparo que mi hijo ha construido lazos más externos de cariño, lazos más allá de los que lo rodeamos todos los días. Tiene mucho que no ve a Johanna y extraña a Johanna. Y expresa su nostalgia por Johanna.

Mi hijo extiende sus lazos.

miércoles, 27 de junio de 2018

Madre versus tableta (o el bendito celular)

Fernando está de vacaciones.

8 de la mañana.

- Mamá, mamá, mamá

- Mmmmmmmm

- Celular

- Eh... ¿Qué tú quieres?

- Yo, quiero celular

- Fernando, es muy temprano para querer celular.

Siento sus pasos alejarse. Medio me duermo otra vez. Minutos después levanto la cabeza, veo mi cartera abierta sobre la mesa de noche. Fernando ríe en la sala.

***
El tema del móvil y la tableta es un tema en casa. Y sí, como gran parte de los padres actuales suelo "soltarle" la tableta un buen rato, a veces para poder concentrarme en algún trabajo o lectura en la casa. Es fácil... pero tiene sus desventajas. Y no, no me refiero a los estudios que se comparten a cada rato en la redes de los terribles efectos del constante uso de los móviles. Mi asunto es un poco más elemental.

Todo en exceso hace daño. Todo.

Así que pensando en ello, me decidí a minimizar el tiempo de Fernando frente a una tableta o móvil. Como se pasa las mañanas conmigo ahora en vacaciones, pues he declarado las mañanas de las vacaciones sin pantallas táctiles.

La operación empezó anoche.

Llegué y apagué mi móvil, el móvil que es flota de mi trabajo y su tableta. Y los escondí en un lugar que el no conoce y no buscaría.

***
8 y media de la mañana.

- Mamá, mamá, mamá.

- Mmmmmmm

- Celular

- Los celulares se fueron de vacaciones, no están. Vamos a tener una mañana sin celular.

Silencio. Se baja de la cama y empieza a rebuscar en la casa. Me levanto, voy a baño, me cepillo. Fernando se acerca.

- ¡Mamáaaaaaaaaaaaaaaaaaa, celulaaaaaaaaaaaaaaaaaar!

- Ya te dije, no están en la casa.

- Tablet, mami.

- La tableta se fue también con ellos.

- ¡Celulaaaaaaaaaaaaaaaaaaar! ¡Tableeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee! - vocifera mientras se aleja y vuelve a rebuscar en la casa.

Voy a la cocina, pongo el café. Lo observó encender el televisor, con cara de pocos amigos. Parece resignado. Me siento en el sofá junto con él. Vuelve a insistir, le digo otra vez que no están en casa, que no habrá ni celular ni tableta hasta después del almuerzo, que puede ver televisión o dibujar.

Se pone a dibujar. Se desayuna, corretea en la casa. Ve el resumen de basket en la televisión, el inicio de un juego de fútbol. Rebusca en sus juguetes, juega con los crayones pasándolos por un remolino de agua.

Cuando empezó el programa de cocina se me acerca y me dice "puerta". Lo sigo. Me señala la puerta del horno. Ya sé que quiere. Saco una olla y se la paso. Va a su habitación y rescata sus juegos de frutas, verduras y pez de plástico para cocinar. Va a la cocina y me pide "un cuchillo", le doy el cuchillo de plástico de ese juego de cocina que tiene y que se guarda donde se guardan los de verdad. Lo observo jugar a cocinar.

Luego de bañarse, donde aproveché para que lavara sus frutas y verduras, se cambia invitándome a saltar en la cama. Luego se va a comer.

El hechizo se rompió cuando llegó papá a almorzar, pero para ese momento estaba feliz de que hiciera una rutina sin tableta ni móvil. Hasta yo me sentí liberada alegremente de ello.

Así que creo que quedará instituido todas las vacaciones la "Mañana sin celular ni tableta". Es un comienzo para disminuir lo más posible el tiempo con estos aparatos, que muy útiles que son, pero como dice el sentido común elemental, todo en exceso es dañino. Todo.

Madre 1 - Tableta y bendito celular 0

Una de las tantas imágenes que encuentro en mi móvil luego que lo usa Fernando.


martes, 29 de mayo de 2018

La compleja maternidad

Fernando me abraza.
La maternidad nunca será sencilla, ni fácil, ni exenta de complicaciones.

A todas nos cambia la maternidad, pero lo hace de maneras distintas.

Para muchas es un camino que las hace mejor persona, o les plantea otro mundo que las satisface, que sienten que las completa, o las llena. Muchas son inmensamente felices, medianamente felices, más o menos felices.

Para otras la maternidad es un peso, una imposición que les hace la vida pesada, desgraciada, en ocasiones insoportable, que las hunde, que les enseña la lección de la resignación, del callar, del aceptar con poca felicidad.

Están las que ganan y las que pierden. A las que las alivia y a las que les duele. Las empoderadas, las miedosas, las tristes, las felices. O una mezcla de todo, en distintas dosis.

Están las arrepentidas, las madres de los hijos que mueren, de los hijos que matan a otros hijos. La madre sentada en el tribunal, el del condenado, el del sicópata o violento o violenta, del suicida. Del asesino o del asesinado. Las que esconden la cara, las que piensa que no debieron ser madres, que no supieron ser madres.

Las muchas del niño o niña que nunca va a sonreír, o decirle mamá o de los que no caminan, ni se valdrán por ellos nunca. Las madres del bipolar, del esquizofrenico, del retrasado mental, de los que nacen con enfermedades genéticas. Esas muchas que esconden su dolor, su impotencia y su desamparo con "es una bendición" y lo repiten como un mantra con el que quieren sanarse o sanarlos.

Las madres que nunca parieron, que criaron a los hijos e hijas de otros. A las que detuvieron su vida para amparar a los abandonados, a las que les llegó la maternidad por la vía menos esperada. A la que siempre le dirán "es como si lo hubieras parido" "madre es la que cría".

Están las que insisten, e insisten hasta que lo logran. Y las que insisten e insisten sin lograrlo. Y en ello, a las primeras, se les derrumba y reconstruye la vida. Y a las segundas, se les derrumba la vida para en la mayoría de las ocasiones construirla de otra manera.

Las solas, sin compañía. Y las solas acompañadas.

¿Felicitarlas? No sé.

Un deseo, sí. Que todas podamos ser a pesar de nuestras ganancias y perdidas.

martes, 22 de mayo de 2018

¿Arrepentirse de ser mamá?

Yo, según Fernando.
Desde hace varios años leo artículos compartidos en las redes sociales sobre el arrepentimiento de las mujeres de ser madres, desde diversos puntos de vista.

Uno de los puntos que me llaman más la atención sobre este tema es el hecho de que muchas expresan la frustración de no haber alcanzado metas soñadas, o de enfrentarse a una realidad que no esperaban o plantearse que sería de sus vidas si no hubiesen sido madres.

El asunto me parece interesante, en especial porque descubre una parte de nosotras que antes era un pecado compartir, hablar sobre ello: que aunque biológicamente estamos hechas para ser madres (los hombres no pueden parir, ni las mujeres transgénero -que nacieron hombres- porque no tiene un útero ni ovarios) el sentimiento y sentido de maternidad no es algo automático ni un hecho irrefutable en nuestras vidas a partir de ese determinación biológica.

Claro, desde medidos del siglo XX el feminismo nos ha dado la oportunidad de cada vez más soltar convenciones sociales impuestas, a pesar de que algunas cosas parecen confundidas y trastocadas, algo que no veo que sea malo sino un proceso normal de reflexión y contradicción para aclarar caminos. Esto nos ha llevado a un escenario en que las mujeres tenemos mayor libertad para decidir, aunque esto hay que matizarlo, no es lo mismo nacer y ser mujer en América Latina que en Europa, por poner un ejemplo.

Ante esto me he cuestionado también mi maternidad. ¿Arrepentida? No. Cuando lo desee y lo decidí me encaminé a ser madre, y antes de serlo lo evite y después de serlo he evitado volver a tener otro hijo por circunstancias muy propias. ¿Qué hubiera sido de mí en otro contexto, en otra época, en el que la mujer tenía mayormente que ceder en pos de ser madre, de cumplir ese papel social más allá de sus deseos? Es probable que tuviera varios hijos y que no tuviera la carrera que tengo, y quizás estará frustrada por todo ello... o quizás no, porque mis expectativas de vida en ese contexto particular no estarían más allá de ser madre y ama de casa.

Pero el asunto no es tan fácil de exponer, de entender. Es complejo, creo, porque cada mujer es un mundo, con un contexto social, familiar, político e interior distinto. No hay recetas para darles a todas, aunque sí creo que hay un parámetro: el de poder brindar la mayor libertad a la mujer de ser y estar para poder decidir.

¿Arrepentirse después de ser madre? Creo que ahí hay un punto relevante. Muchas deseamos ser madres, lo planificamos, y aun muchas que no lo planifican reciben con sincera dicha y alegría este reto, pero es una realidad que parecemos estar más solas, con menos ayuda y compañía, con menos comprensión de nuestro círculo social, en especial en una época donde muchas queremos tener un trabajo fuera de casa y gran parte de esas muchas necesitan tener ese trabajo, porque sino la situación económica sería más que precaria, difícil y asfixiante.

A veces, no les miento, creo que también hay mucho ego planteado y una rebeldía a renunciar a espacios para dar cabida a un hijo o hija. Algunas pretenden seguir llevando una vida parecida a la que tenían antes de ser madres, y su deseo choca de frente con una realidad: ser madres más allá de los bonitos mensajes, de afán de comprar mil cosas (la mayoría innecesarias) para un bebé, y de las fiestas para anunciar el sexo del bebé o recibir regalos tiene un componente de renuncia, de entrega, de ceder, de dar que muchas probablemente no están dispuestas a dar cabida.

Y por supuesto que hay cansancios, desánimos, tristezas y momentos desesperados. También es necesario crear redes de apoyo, no solo laborales y familiares, sino entre las madres amigas, hermanas, compañeras de trabajo, que nos ayuden a sostenernos en este proceso de ser madres si así lo decidimos, porque sé que muchos de esos momentos bajos de la maternidad tienen también que ver con ese batallar sola o con poco apoyo con el día a día de nuestros hijos.

domingo, 25 de marzo de 2018

Escuchar su voz

Después de su nacimiento y verlo sonreír, lo que más me ha emocionado es escuchar su voz.

Una voz que llegó tarde, confusa, algo incomprensible, con los días se va haciendo más clara, más suya.

Su tono de voz me parece hermoso. Canta, tararea, repite diálogos de los programas de televisión, lee palabras que reconoce, intenta formar una oración. Le voy señalando y describiendo objetos, animales, situaciones, lugares, sentimientos...las señaló, los describo y le digo como se llaman. Él repite, incorpora una palabra a su limitado vocabulario. Y sigo señalando, describiendo y nombrando, y él sigue repitiendo y, de a poco, incluyendo.

"Abrazo", dice, mientras me abraza. "Mucho", cuando le pregunto cuánto me quiere. "Mamá", "Mami", me llama.

Es dulce su voz. Una especie de capullo que se abre tan lentamente, tan esforzadamente, pero a la vez, tan contentivo de belleza, de la inesperada belleza que anhelas, que deseas, y que él va logrando a expensas de mis anhelos y mis deseos.

Su voz, escuchar su voz. Una llave.


viernes, 26 de enero de 2018

Sobrevivir en tu carne

La perspectiva es inevitable en la vida. Cualquier plan, proyecto o meta se alimenta de ello, de ese mirar futuro lleno de ilusión, pero también matizado por nuestros sesgos, prejuicios, deseos y realidades.

La perspectiva es soñar.

Ser padres y madres no escapa de eso. Ponemos en perspectiva nuestros deseos sobre ese niño o niña. No es malo, claro que no, pero si alimentamos sin control ese deseo no solo nos va a devorar, sino que convertiremos a ese niño o niña en un presa destinada a ser devorada.

En mí primó el deseo de no desear más allá que salud y amor para mi hijo. La salud es un tema en que mis deseos no han sido del todo correspondidos. El amor, por el contrario, ha sido superado en mis deseos. Sin embargo, mi hijo es una presa, pero no de su padre ni de mí, sino de ese circulo  alrededor que antepone deseos, proyecta perspectivas, sobre mi hijo.

Conozco esa sensación en carne propia. Y observo, con dolor y a veces con hastío, como mi hijo también la sentirá.

No, no sueño con proteger a mi hijo de todo y de todos. Mi amor hacia él es grande pero limitado. La primera conciencia que tuve al ser madre es que mi hijo no me pertenecía, por más egoísta que fue la decisión de tenerlo. Y pensar en ello en principio es una lucha, una contradicción al deseo, a la perspectiva. Pero algo me ayudó a entenderme en esa lucha: mi hijo no es un plan, ni un proyecto, ni una meta.

Mi hijo es quien es, desde lo que es, a pesar de lo que desee yo u otra persona.

Mi mayor lucha, entonces, ha sido sobrellevar las perspectivas de los demás entorno a mi hijo, lo que incluye las comparaciones con otros niños en parecidas o distintas situaciones (no, la gente nunca entiende que ningún niño es igual a otro, aun siendo hermanos, aun siendo gemelos, aun teniendo la misma enfermedad, color de ojos...y un largo ecetera). Esto también incluye desplantes, comentarios diversos, algunos hirientes, recriminaciones, desdén... y por el bien del entorno decides pasar estas "atenciones" por alto, aunque te hagan mella.

La cuestión ahora, mi cuestión, en enseñarle a mi hijo de alguna manera a sobrevivir a todo eso, que estará siempre en su vida, porque aunque sus padres no asuman proyecciones exageradas y presiones fuera de lugar sobre él, otros lo harán, y lo compararán, y lo menospreciarán, y no lo comprenderán.

Confiar en mi hijo. ¿Se confían en los hijos? Pues sí, confió en mi hijo, y el amor hacia él que me enseñó, primero, a renunciar a su ilusoria posesión, y en la medida del tiempo también me enseñó a despedir el deseo y la perspectiva idealizada del hijo, y enterrar a ese hijo idealizado entre lágrimas y duelo, y me enseñó a esperar "al tercer día" su resurrección en el hijo real que me abraza. me mira a los ojos, que dice "mamá" o "mami", que llega a mi casa jugando a buscarme y me abraza cuando me encuentra, y que de a poco se descubre ante mí, ante los demás, aunque muchos de esos demás quieren que sea otro que no es, y siguen amarrados al deseo, a sus perspectivas, a sus comparaciones, a sus comentarios, algunos hirientes, a sus recriminaciones...

Lo lamento por ellos, en cierta manera, porque se pierden al niño que es mi hijo, al real, y creo que algunos nunca tendrán la suerte de conocerlo.

Y si es como dice su padre, el esposo, que tiene mi carácter, entonces pasará lo que pasó conmigo.

Sobrevivirá en su carne.