Estoy en la cocina. De repente siento sus manitas en mis piernas. Me hala la falda y lloriquea. Pienso en que tengo que apurar lo que hago porque en tres horas tengo que irme a trabajar. El insiste y balbucea algo que puedo entender como "mamá". Me detengo. Lo miro y el sonríe. Lo tomo de la mano y caminamos a la sala. Ahí me siento en el piso y él alza los brazos y sonríe. Busca un paño que tiene cerca y me lo lanza y yo se lo lanzo. Y lo vuelve a lanzar y se me acerca, me rodea el cuello con sus pequeños brazos. Me llena el cachete de baba. Se va gateando al comedor y se pone de pie. Me mira y balbucea entre gritos de petición. Mira la laptop sobre la mesa. Lo entiendo. Lo subo en su silla y ríe a carcajadas viendo a Los Muppets.
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A veces cuesta, cuesta mucho, bajarse del egoísmo. Cuesta, cuesta mucho a veces, acercarse a un hijo desde él y no desde ti. Ese bebé de casi un año que es mi hijo es una persona, un individuo distinto a mí. No es un "un muñeco lindo", no es "un hijo que tiene que hacer lo que yo digo". Y cuando un lo pienso así, entonces no cuesta, sino que es una necesidad imperiosa amarlo desde su individualidad de persona, que es desde el momento en que nació.
De que otra manera puedo enseñar a mi hijo a amarse. Amándolo. Y se respetará en la medida en que sea respetado, y también respetará. Y respetará el dolor, la alegría, la diferencia del otro, de los otros.
Mi hijo, los hijos, no son objetos, no son trofeos, no son compromisos, no son agendas. Ellos no saben de nuestros apuros, de nuestra adultez herida, reparada, hecha y deshecha. Ellos tienen un mundo más limitado, más lento, hecho a su medida, a la medida de su maduración, de sus pequeños brazos.
Cuando me senté en el piso vi el mundo pequeño de mi hijo. Vi como ve el comedor, el mueble, la cocina, sus juguetes. Me puse en su lugar, busque entenderlo.
¿Por qué queremos apurarlos? ¿Por qué lo irrespetamos? ¿Por qué no queremos escucharlos, buscar entenderlos?
Si no intentamos ponernos en el lugar de nuestros hijos, si no tenemos empatía con ellos, si preferimos criar desde nuestro egoísmo, desde la visión de que ese bebé es "una autómata que debe responder a mis deseos, mis agendas, mis apuros...". Si no podemos, si no lo intentamos, entonces, ¿de qué sirven los mensajes bonitos en las redes? ¿De qué sirven las citas bíblicas de amor y misericordia en la punta de la lengua? ¿De qué sirven las indignaciones ante las injusticias sociales? ¿De qué nos sirve pregonar el amor a los hijos como si fuera una tarjeta de presentación?
Nos sirve solo de careta cuando no somos capaces de sentarnos en el piso para poner los pies en el mundo de nuestros hijos. De esos hijos que es lo más cercano que tenemos.
De careta si solo pretendemos criar desde nosotros, de imponer.
¿Por qué no intentar lo contrario?
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