viernes, 22 de febrero de 2013
Cuatro meses con Fernando
Me decían que un hijo te cambia la vida. Pero no, un hijo no te cambia la vida. Un hijo cambia la forma en como ves la vida.
En vez de hablar de cuatro meses con Fernando, debería hablar de los trece meses con Fernando, porque desde la noche en rechacé aquel filete de cordero que pedí en un restaurante durante la luna de miel y mi esposo me dijo en tono de burla: "Tú, estás embarazada"; y yo le respondí: "No creo"; la vida si que la veo diferente.
Durante mi embarazo, más tranquilo de lo que me esperaba, siempre me rondaba la idea maravillada que engendraba a otra persona, como mi madre me engendró a mí. Me sentía media extraterrestre. Entonces me llegaba la certeza de saber que no estaba sola nunca, ni cuando pensaba que estaba sola. Fernando en la panza iba conmigo a todos lados. Ni que contarles del susto que me lleve la primera vez que lo sentí moverse. Estaba en Berlín, Alemania, dando teclazos en la laptop y de repente sentí un terremoto en la panza. Brinque y me sonríe, y empece a hablarle a la panza...digo, a Fernando en movimiento.
Desde el día en que se movió me nació el instinto de acaricia mi panza en crecimiento. Y claro, la gente tenía que opinar. Creo que muchos sintieron la intensidad de mi mirada furiosa cuando hacían algún comentario sobre las caricias a mi panza, o mejor dicho, a Fernando. "Lo vas a malcriar". "Eso es malo". ¿Cómo lo iba a malcriar, cómo que es malo? La gente.
Otra cosa que admire y conocí fue a mi cuerpo por dentro y su capacidad de encarar situaciones extremas. Lograr acomodarse para dormir con ocho meses de gestación; como se estira la piel hasta el infinito y mucho más; saber que Fernando empujaba todo y mi sistema digestivo, circulatorio y nervioso no colapsaban; lograr tener relaciones sexuales y caminar sin punto de equilibrio.
Y luego el parto.
Ya nunca vi a mi cuerpo igual.
Mientras, también empece a ver hacía afuera de otra manera. "Mi madre pasó por esto....¡Uy!". "¿Cómo pudo mi abuela parir siete veces?" Ni mi madre ni mi abuela han vuelto a ser lo que fueron antes. Ahora las veo como súper mujeres y entiendo ciertas histerias.
Desde que nació la vida es otra para mí. Fernando me ha enseñado que se puede sobrevivir con cuatro horas de sueño, a descubrir que un brazo puede hacer malabares, a conocer otro tipo de belleza que incluye las ojeras y el pelo sin arreglar. A olvidarme de lo que antes era tan prioritario para mí (un café en la librería favorita) y saber que podía vivir sin ello. A estar pendiente hasta de la cantidad de baba que cae de su boca.
Y claro, me ha enseñado a vivir en los extremos. En el extremo temor de que cualquier cosa me quite su cara risueña todas las mañanas, y el extremo de la alegría de verle despertar.
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Me encanto este articulo y es verdad uno ve la vida diferente y entendemos mejor a nuestras madres. :)
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