"La madre y el reo", Fernando Peñá Defilló (dominicano. 1928-2016). Imagen tomada de la edición digital del periódico Hoy. Ver el artículo aquí |
No sé cuando empecé a hacerlo, pero sé que fue mucho antes de pensar en ser madre (pensarlo como una posibilidad concreta) y después de iniciar mi carrera como periodista.
Cada muerto, cada hombre o mujer en el banquillo de acusados en un tribunal, cada ladrón, cada víctima, cada discapacitado, cada joven, cada niño, cada mujer y hombre deambulando en las calles, perdidos en sus delirios...me desembocaban en una afirmación: son hijos de una madre.
Esta afirmación siempre ha sido la llave de la incertidumbre sobre la maternidad, esa que se nos idealiza tanto, que se nos compone de tantas maneras, que nos trastoca la vida, para bien y para mal, que nos vuelve otras, hasta cuando no es posible ser madre, hasta cuando no se quiere ser madre. La llave de esa relación biológica que transciende en un hijo o hija, que son tan de nosotras como ajenos.
Porque sí, porque en cada situación desconcertante frente a un ser humano me planteo lo mismo, la certeza de la maternidad como cielo e infierno, tan presente además desde que soy madre, desde que Fernando es parte de mi vida. Lo que dividió la maternidad soñada a la maternidad vivida.
Soñar
Tuve la suerte de decidir ser madre cuando quise y como quise. Muchas, muchísimas, no tienen esa opción. Muchas son madres por el peso de las circunstancias, de la costumbre, de la violencia, del miedo.
Pero casi todas nos permitimos soñar con la maternidad, y hasta en las situaciones más adversas de esa maternidad somos capaces de construir un sueño sobre ella, un ideal. ¿Bueno o malo? No lo sé, pero diría que se nos hace indispensable, una especie de bote salvavidas ante un futuro que nunca se conoce.
Ahí vamos, las que planeamos la maternidad, las que nos llega como un susto, las que se nos plantea en solitario, la que nos obligan, las que no tienen salida. Y también las maternidades combinadas con todo lo demás, con un poco de todo lo que acabo de describir, un elemento más o un elemento menos.
Nos acariciamos la panza, nos acariciamos el sueño del niño que no llega o del que llega por una vía que no es nuestro vientre. Pensamos en rostros, se nos acumula la idealización de los juegos de niñas en la que eramos madres de las muñecas, la imagen de la madre que nos acunó, o que nos besó, o que no estuvo pero la inventamos. Se nos abren los huecos.
Luego, ahí está, para muchas el bebé soñado, se nos sale por los poros el amor que es una combinación de hormonas, de cultura, de crianza...de faltas y sobras.
Y se nos acaba el sueño.
Vivir
Pero hasta en los mejores casos, sin darnos cuenta, el bebé no es el bebé soñado. El bebé es el bebé que es. Para algunas, es un bebé que estará un ratito y se irá, para otras será un bebé que estará de una forma distinta a la que soñaron.
Y empieza la idealización a destaparnos las trampas. ¿Por qué nadie me lo dijo? ¿Por qué me siento así si debería sentirme de otra manera? ¿Por qué me cuestionan? ¿Por qué quieren que haga esto y no aquello? ¿Por qué no me apoyan? ¿Por qué quieren hacer todo por mí? ¿Por qué no me aconsejan? ¿Por qué me aconsejan tanto?
Nos toca decidir cada día y sobre lo que vivimos, no sobre lo que soñamos. Entonces, lo sepamos o no, somos la madre que podemos ser, no la que soñamos ser. Y amamos y odiamos, y nos aliviamos y nos dolemos, y tenemos rabia, y tenemos alegría, y rencor, y cansancio, y culpa, y palabras y silencios.
El niño o niña van creciendo, y paso a paso van soltando el nudo que le atamos, o que creíamos que le atábamos. A veces no crecen como soñaste, ni al ritmo que todos dicen que deberían. A veces son niños que no miran, o niños que no hablan, o niños que no oyen, o niños que tienen un mundo distinto al que pensaste que tendrían, niños con un código menos común, niños que se irán siendo niños o se quedarán siendo niños. A veces nos toca enterrar al niño que jamás soñamos enterrar o dejar al niño que jamás soñamos dejar.
Y llegará para muchos niños la adolescencia y la adultez. La maternidad será otra maternidad. El nudo se deshará, pero las dos mitades de la cinta quedarán en dos manos: la tuya y la del hijo o hija.
No sabemos que tan lejos o tan cerca quedará esa otra mitad de la cinta. No sabemos si nos tocará acariciar la frente de hijo adulto que no será viejo, si estaremos sentada detrás de ellos en el banquillo del acusado, delante de los hijos maltratados, víctimas, del que le quitó la vida a otro hijo,
Muchas tendremos el sueño, nunca el que soñamos, del orgullo ante los triunfos. ¿Soñamos con la pesadilla del fracaso de ellos? Supongo que no, que ninguna lo hace, que poquísimas lo hacen, pero los fracasados son hijos de una madre.
La incertidumbre de la maternidad, de la que no tenemos llave.
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