Foto tomada http://www.medicinapreventiva.com.ve/ |
Hace unos días, a raíz de un caso de maltrato infantil por parte de futbolista del NFL, quien golpeó a su hijo de cuatro años, el director del diario donde trabajo publicó su opinión sobre la "disciplina de los golpes". Desconcertante leerlo y peor leer los comentarios.
Estas "reflexiones" provocaron reacciones también, en especial en las redes. Algunos no creemos en el sentido "disciplinar" de "dar una pela". No mentiré, en una que otra ocasión me ganado la frustración y he dado una nalgada a mi hijo fruto de no saberla manejar. Pero no es mi norte, no creo en el maltrato como medida para criar.
Una amiga madre me hizo llegar un texto en respuesta al primero, al del director del periódico donde trabajo. Me pidió que lo publicará sin identificarla, por respeto a las personas que no ven nada de malo en dar "una buena pela". Aclaro, este anonimato respetuoso no es cobardía, sino es un manera de llamar la atención ante estos métodos sin marcar un dedo acusador, porque ni ella ni yo queremos acusar a nadie, hacerlo sentir culpable, sino que podamos todos reflexionar sobre este tema, inclusive yo y mis frustraciones que terminan en una nalgada.
Aquí, el llamado a reflexión.
Hombres y mujeres de bien
Erase una vez, en un país que no se hundía, hombres y mujeres de bien aprendían “con una buena pela” que “que lo malo se castigaba y que había una autoridad encargada de aplicar el castigo, que no dejaba pasar una”. Años después, esos mismos hombres y mujeres seguían dando “pelas” a sus hijos, y muchas veces, a sus parejas, y el país si se hundía por la corrupción y la impunidad de hombres y mujeres (de no tanto bien, pero también educados a base de pelas).
El país se hunde, es cierto… algunos de esos hombres golpean a sus mujeres porque la cena no está lista a tiempo o porque ella se quedó chachareando con las amigas en el colmado… En algunos casos esas mujeres reciben los golpes convencidas de que el marido que las golpea las ama: así se lo explicaron sus padres, te amo, pero necesito golpearte para que entiendas que es lo que más te conviene.
¿Exagero? Quizás… la mayoría de los que recibieron “una buena pela” y encontraron en ella la disciplina y el sentido del bien y el mal necesarios para ser “gente de bien” tienen marcas bastantes visibles en su carácter. Muchos son incapaces de expresar sus necesidades emocionales de forma correcta: hablan gritando, no solo a sus hijos o a sus cónyuges, sino también a sus empleados y a los compañeros de trabajo. Nadie les enseñó que hablar era un modo adecuado de obtener lo que se busca.
Ciertamente, son gente de bien… pero no saben “pasar una” a sus amigos o a sus familiares. Van de relación rota en relación rota… más de uno lleva ya dos divorcios e insiste en eso, en que “no deja pasar una”. Tampoco hacen relaciones cercanas o estrechas. Les cuesta la intimidad emocional con el otro. Nadie les enseñó que a veces hay que conversar sobre lo malo que se hace, acoger el perdón que se pide, y dejar pasar más de una…
Son gente de bien, por supuesto, pero aprendieron que cuando el otro es el más débil se le tuerce el brazo a la fuerza. Aprendieron con las pelas de sus padres a ser autoritarios y un poco dictadores y que es el otro quien impone el buen comportamiento y no desarrollaron “autodisciplina”; Por tanto beben hasta emborracharse porque no saben cuando detenerse y engañan cuando no los están viendo. Así aprendieron a escapar del castigo, primero de la pela de sus padres y luego de la autoridad tributaria que les descubre sus trampas para evadir impuestos.
Son gente buena, las marcas no son visibles… pero tampoco invisibles. Encuéntrelos a su lado. Están en el sicólogo preguntándose por qué tanta rabia contenida. Muchas mujeres están en el sexólogo preguntándose por qué no pueden decirle a su esposo donde no les gusta ser tocadas. ¡Las pobres! Aprendieron en cada “buena pela” a callarse sus sentimientos y sus necesidades emocionales. Pero son mujeres de bien, de eso no cabe dudas.
¿Exagero? Quizás… algunos están también en las iglesias, buscando el amor que sus padres no supieron expresarle. Por cierto, muchos no logran rezar un “padre nuestro” sin que se les encoja el alma o peor aún, lo rezan y predican convencidos de que Dios es también así: que no deja pasar una, que castiga el pecado del ser humano sin un ápice de compasión solamente para enseñarle que la autoridad es suya y que reparte premios y castigos de conformidad con el comportamiento de la persona. Es la gente que anda difundiendo la teología de la prosperidad según la cual a los que les ha ido “bien” Dios los ha premiado; y a los que les ha ido “mal”, Dios los ha castigado.
La disciplina y el sentido del bien y el mal no se enseñan regalando caramelos, sino con el ejemplo. Cuando un padre o una madre tiene que acudir a los golpes o a los castigos está enseñando el fracaso del dialogo y que de los más débiles se puede abusar. No se trata de regalar caramelos, sino de tener el valor de dejar a los hijos asumir las consecuencias naturales de sus actos. La vida trae en si misma lecciones suficientes. No son estos modernismos los que nos van a hundir, sino la falta de coherencia entre nuestro actuar y nuestro decir; entre nuestro discurso de valores, y los que mostramos con nuestros actos.
No nos van a hundir estos “modernismos”, sino los otros: el Ipad que sustituye la presencia del padre o la madre en la casa; las agendas de los niños llenas de clases de inglés, natación, karate, música y hasta mandarín, sin una hora de descanso en las piernas de la madre contándole los juegos en el recreo o sencillamente jugando con masilla. Esos son los modernismos que ponen en riesgo nuestra sociedad… no la falta de pelas o castigos.
Y a propósito de castigos: pueden explicarme los convencidos de que el castigo funcionara, por qué la reincidencia sigue siendo un problema de todos los regímenes penitenciarios. Yo no pude averiguarlo a pesar de mis frecuentes visitas a la cárcel y los diálogos con los internos cuando hice trabajo voluntario en la Cárcel Preventiva de Najayo durante los años 2003-2007 más o menos. Lo que si pude comprobar en tantas conversaciones, es que hubo muchas pelas en las familias de los encarcelados, pero muy poca atención de los padres y madres a las necesidades de afecto de sus hijos cuando estos eran niños.
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