jueves, 14 de febrero de 2013

Seguridad

Una de las primeras cosas que hizo Fernando desde los pocos días de nacido fue tomar uno de mis dedos mientras lo amamantaba. Eso, y la forma en que siempre me ha mirado en ese momento, me transporta a algo muy dentro de mí que no sé que nombre ponerle. O al menos no lo sabía hasta el domingo pasado.

Ese día el esposo se quedó con el bebo en una reunión familiar: tías y tío, primas y su madre. Me tuve que ir a trabajar y lo deje feliz de brazos en brazos. Los dos domingos al mes en los que trabajo lo hago por más horas que los días de semana, por lo paso más tiempo alejada del bebo. Así que al pequeño Fernando se le sumó ese día de muchas horas sin su madre, estar en una casa extraña para él, en brazos de algunos adultos con los que no tiene acostumbrado a estar.

Y ustedes se imaginan que como fiesta familiar que era se extendió más de lo que se esperaba. Eran las 11:00 de la noche cuando pase a reunirme nuevamente con mi familia de tres. El bebo estaba inquieto, irritable. No había dormido mucho.

En cuanto pude me aparté con él a una habitación y el esposo me acompañó. Fernando se asió a mí, cerró los ojos y se tranquilizó mientras le tarareaba una de esas melodías que me invento. Se durmió mientras se alimentaba y su mano estaba agarrada a mi blusa. Su padre me hablaba del día y le miraba el rostro algo compungido, quizás por sentirse abrumado por las horas de incomodidad de Fernando sin saber como tranquilizarlo.

Cuando llegamos a casa Fernando seguía durmiendo. Lo puse en su coral-cuna pero a los pocos minutos estaba moviéndose. Lo pase a mi cama, como acostumbro a hacerlo en ese medio colecho que llevo con él y que, felizmente, el esposo apoya. Luego de acariciarlo por un instante el bebo se tranquilizó. Me quedé  fija mirándolo. Respiraba con pausa, con una paz bonita, y su manito estaba asida a el tiro de mi camiseta de dormir.

A media madrugada, casi al amanecer y como de costumbre, iniciaba su ritual de medio despertarse para mamar seno. Lo acerqué a mi pecho, ambos acostados, y acariciaba su cabecita. Volvió a asir su mano del tiro de mi camiseta. Luego bajo la manito y tomó el borde de la tela y la dejó allí. Ya dormido no quitó su mano de allí. Sonrei y lo deje así. Mientras me dormía sentía la fuerza de su mano pequeña aferrada a ese borde de tela.

Así pude ponerle nombre a eso que Fernando busca y encuentra en mí cuando lo amamanto, lo acuno, cuando me ve después de horas de separación, cuando su pequeñito mundo cambia: seguridad, la que espero poderle dar cada vez que la necesite.

Con menos de una semana de nacido, agarradito  a mi dedo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario