jueves, 3 de junio de 2021

¿Qué idioma hablas?

Foto por Jason Rosewell en Unsplash
Mi hijo habla, pero no siempre comunica. Digamos, porque prefiero siempre no dar muchos detalles de mi hijo, que creo que lo entienden la mayoría de las veces, pero usa un código distinto, uno que no es usual. 

Él se esfuerza, lo sé, para hacerse entender. También se frustra, lo sé. 

En el parque lo veo, lo observo. Me siento a leer y me distraigo un poco, pero de vez en cuando levanto la vista. Escucho.

- ¿Qué idioma hablas, amiguito?

Mi intención es levantarme del banco, ir a los columpios y soltarle al chico una explicación de porqué mi hijo habla como habla... pero no lo hago. 

Veo el rostro de mi hijo. Parece estar contrariado, por quizás no poderle decir a ese chico lo que siente o piensa. Quiero rescatarlo, pero no lo hago. Lo dejo ser. 

Algo le dice al chico, al que le veo cara de confundido, pero al rato están los dos mirando al horizonte en el vaivén de los columpios. 

Horas después, mi hijo juega con otros chicos, o trata de seguirles el juego. Una pelota y lo que parece una especie de juego de fútbol con reglas propias. Toma la pelota, la lleva en las manos, la coloca en el medio del gazebo. 

- Mi pelota. Aquí, aquí. Por favor, para allá. Por favor.

La patea. El muchacho del fondo no la detiene. La pelota pega a la pared. 

- ¡Goooooooooooooooool!

Mi hijo grita con toda la fuerza. Da vueltas y grita. 

Pasa un buen rato jugando. Imponiendo su caos en el caótico juego de fútbol. Lo dejan jugar. 

Dando vueltas alrededor del gazebo le hago señas. Le trato de decir que modere la voz. No le gusta que le diga eso, pero lo hace... y al rato se le olvida la moderación. Lo dejo ser.

Una hora después, mientras se me adelanta camino al edificio, me cruzo con el muchacho de mayor edad de ese grupo de jugadores caóticos y no puedo evitar decirle algo.

- Gracias por dejarlo jugar.

Y como todo preadolescente que habla con otro adulto que no conoce, dice lo mínimo indispensable.

- Está bien.

domingo, 16 de mayo de 2021

"Todo el mundo sabe"


Foto por Joao Tzanno de Unsplash


Cuando te enfermas, fracasas en algún proyecto o algo no sabe bien en tu vida personal, siempre aparece un club de los que "sabían" que eso vendría o pasaría.

Con la maternidad pasa algo parecido. Todos saben más. Y no hablo de la época en que necesitas que te enseñen y te apoyen, como son esos primeros meses de ser mamá. Muchas nunca habíamos cambiado un pañal, o visto amamantar a un bebé, o algunos cuidados maternos. Claro que las que fueron madres primero que yo sabían cosas que yo no sé, y de ellas aprendí, aprendemos, tomando y dejando. Incluso años después, cuando los bebés crecen, sigues aprendiendo de otras y otros sobre la crianza.

Aquí hablo de otra arista, cuando tu hijo o hija enfrenta dificultades de algún tipo, que le acompañaran toda su vida. No vale que lo lleves a terapia, que sigas en la medida de lo posible las sugerencias de los profesionales que lo tratan, las peleas y negociaciones con la pareja, escuelas y espacios de aprendizaje para lograr una meta o un objetivo con tu hijo o hija... nada de eso vale porque siempre, siempre, hay alguien que sin convivir con tu hijo o hija te va a decir que lo haría mejor, que avanzaría más "si hicieran esto o aquello", que "si me lo dejan un tiempecito..."...

La gente que no solo no convive con tu hijo o hija, sino que desconoce todo el camino, todo el esfuerzo, todo lo logrado, todo lo invertido, toda caída y levantada para seguir, todo lo dejado atrás para hacer lo que se hace a favor de ese niño o esa niña.

Todos dicen saber.

Lo importante, en todo caso, es mirarlos con desdén y saber, sí saber algo que ellos y ellas probablemente nunca sabrán: que no saben nada.