lunes, 28 de diciembre de 2015

Desde afuera hacia dentro, y viceversa



La maternidad es como casi todas las decisiones que tomas en tu vida, al menos para mí. Decides algo desde tus referencias, tus limitaciones...y en el camino te descubres y te redescubres, para bien  y para mal.

Quizás una de las decisiones más revolucionarias de la vida de una mujer es ser madre, y ello implica lo que dije en el párrafo anterior. Pero al final de cuentas es tu decisión, es tu revolución de vida, una que solo implica a tu hijo o hija y al padre de ese hijo o hija...

Pero, no. No es tan así.

Resulta que mucha gente, para bien y para mal, entra en esa decisión. Por empatía, por familiaridad, por cariño mutuo muchas de esas personas son bienvenidas en ese proceso. Algunas resulta ser casi imprescindibles, como esa hermana que te recoge la ropa mientras tratas de iniciar la lactancia, o la suegra que cocina para que puedas descansar en esos primeros meses de locura...

Están también aquellos que aunque algo lejanos, te prestan sus manos o consejos, de esa forma respetuosa y amable que agradeces de por vida.

Pero muchos otros entran a la fuerza, sin preguntar. Y no solo no ayudan, sino que estorban, te hieren, te joden el día, te trastornan. Esos con los que te cuesta ser amable ante sus cuestionamientos y opiniones.

De estos últimos voy a hablar.

No tengo especialidad en ser madre, aunque aquí escriba mucho sobre ello. Lo que hago lo hago desde mi experiencia personal, imperfecta. Asumo una crianza que trato que sea respetuosa, a pesar que no siempre es así. Una maternidad que me ha llevado a los extremos, tanto felices como infelices. Sin embargo, ahora que Fernando ya no es un bebé, me siento abrumada ante los "entrometidos maternales".

Y no, no haré una lista de justificaciones relacionadas con "es mi hijo y no te importa" o "yo se lo que hago".

Es mi hijo, pero me importa lo que otras madres con experiencia puedan decirme. Y usualmente no se lo que hago...como toda madre no estaba segura de saber lo que hacia o hacer lo que hace. Ni más ni menos.

El asunto es de afuera hacia dentro, y viceversa.

Todos estamos tentados a opinar, y como humanos grises que somos, usualmente lo hacemos desde el ajeno...a pesar de que quizás debamos detenernos más en nosotros mismos. Todo humano juzga, lo haga en voz alta o baja, no es algo grave, es lo que es.

Pero están los humanos que juzgan en voz alta desde una superioridad de pose, tan así pasa que resulta que hasta mujeres que nunca han cuidado un niño (no hay que parir para eso) te hablan a nivel de predica de lo que haces o no con tu hijo o hija. Y peor, juzgan a los niños desde su entendimiento de adultos...

Sí, porque lamentablemente nos olvidamos de que fuimos niños también y esperamos de ellos comportamientos de adultos que no pueden tener. Y los "entrometidos maternales" no solo lo esperan, sino que lo exigen.

¿Qué hacer? Me he visto tentada en perder las formas, el "decoro", en dar "malas respuestas". En dejarles las palabras en la boca e irme. A veces quisiera pedirles compresión, decirles que no sean tan hirientes, tan entrometidos, tan superiores.

Siempre opto por callar o responder en monosílabos. Y cuando el tema me agota, desviarlo.

Pero estoy pensando en poner un espejo, metafóricamente hablando. Y pedirle a la vida no convertirme en una "entrometida maternal".

Porque siempre es desde afuera hacia dentro, y viceversa.