lunes, 27 de agosto de 2018

Johanna

Johanna y Fernando.
La chica que va a casa tres veces a la semana, en las tardes, para ayudarme con los quehaceres tiene una hija. Se llama Johanna.

Mi hijo y Johanna se conocen desde hace tiempo. Ella es mayor que él, creo que por tres años. Cuando va de visita a casa se pelean por el control remoto y juegan juntos.

Una, porque así es la vida, no da mucha importancia a los lazos de los niños, o quizás no los toma muy en cuenta cuando tienes un hijo con dificultades de comunicación que expresa lo que piensa o siente de manera limitada para su edad.

Pero en estos días, y en especial después que ha ampliado su habla y comprensión de su mundo, mi hijo hizo algo que no esperaba y que me puso a pensar en lo mucho que hay dentro de él.

- Tía. Johanna. Telefono (sí, así lo pronuncia, sin la acentuación que llevan), Johanna

Lo dijo así, de repente, cuando Adeline, que así se llama la chica que me ayuda en casa, llegó una tarde de la semana pasada.

Lo repitió varias veces, a ella y a mí. Luego va al aparato de teléfono y levanta el auricular, me mira y  me dice.

- Mamá, Johanna.

Lo entiendo. Quiere ver a Johanna y quiere que la llame para el hablar con Johanna o para que yo le diga a Johanna que venga.

Le expliqué que Johanna no tiene teléfono, que no la podemos llamar, pero que su mamá, Adeline, la traerá la próxima semana.

Insistió un poco más. Creo que en algún momento entendió.

Pero hoy, cuando volvió a ver a Adeline, a quien le dice tía, le volvió a "preguntar" por Johanna y me insistió con llamar a Johanna.

Hay que coordinar la visita con Johanna pienso... y reparo que mi hijo ha construido lazos más externos de cariño, lazos más allá de los que lo rodeamos todos los días. Tiene mucho que no ve a Johanna y extraña a Johanna. Y expresa su nostalgia por Johanna.

Mi hijo extiende sus lazos.