martes, 30 de octubre de 2012

Mi embarazo y la ética médica II

Llegué abrumada y triste a la consulta de una ginecóloga amiga.

Ella, al igual que las demás personas a la que consulté el caso, me dijo que para nada era necesaria la cesárea. Contrario a mi ex doctora, me revisó y confirmo que el canal vaginal estaba libre de cualquier lesión.

Tuvimos una conversación larga sobre ética médica. Decepcionante escuchar algunas cosas.

Cuando casi me decidía a confiar mi parto a esta amiga doctora, me informa que para mi fecha probable de parto estaría de viaje. Lo que me dejaría en manos de otro doctor, en caso de que ella no estuviera. A eso se le sumó que también ella cobra honorarios fuera del seguro médico. Mucho menos que mi ex doctora.

Salí del consultorio dispuesta a quedarme con ella y asumir que probablemente me atendería otro doctor. Muchas dudas y tristeza. Pensé que por lo menos, y contrario a mi ex doctora, ella estaba a favor de un parto natural, a meno que hubiera alguna complicación, y bueno...6 mil pesos menos era mucha diferencia.

Confieso que no era mi situación ideal, pero con 37 semanas de embarazo mis posibilidades eran pocas.

Pero el día siguiente, un sábado, recibí una llamada que cambiaría el curso de las cosas.

sábado, 20 de octubre de 2012

Mi embarazo y la ética médica I

Física y anímicamente viví un embarazo de "librito". Ni amenazas de aborto, ni pies hinchados, ni problemas de presión arterial, ni sobrepeso.

Los problemas con mi embarazo siempre fueron externos y originados de la persona menos pensada: mi ginecobstetra.

Dije que iba a escribir del asunto luego que mi hijo naciera. Fernando cumple hoy 15 días de nacido, y empiezo mi redacción sobre las semanas más traumáticas de mi embarazo, gracias a la falta de ética médica de la persona en quien confié este proceso. Una gran decepción y, lamentablemente, no parece ser el único profesional de la salud con estas prácticas, según me han comentado otras madres y amigas.

En un post anterior había comentado sobre la petición de mi hoy ex doctora en cobrarme honorarios fuera de los que por contrato cubre mi seguro médico. Nada más y nada menos que 20 mil pesos en caso de parto natural y 25 mil pesos en caso de ser cesárea. Eso me lo informó con siete meses de embarazo. Honorarios de los cuales no me entregaría ni un recibo y que se sumarían a la cuenta de la clínica, por lo que posiblemente tendría que buscar 30 mil pesos o más. Lo peor, ella cobraría, tarde o temprano, los honorarios que les correspondían por mi seguro médico.

La excusa: El seguro tarda mucho en pagar y sus años como profesional costaban, incluyendo el hecho de mantener su consultorio en condiciones adecuadas.

En ese momento debí seguir mis corazonadas y cambiar de médico. No lo hice convencida que lo mejor era quedarme con la doctora que me había atendido por seis años. Mi esposo y yo conversamos con ella, y cedió en rebajarnos 5 mil pesos. Era una situación injusta, pero pensamos que de alguna manera conseguiríamos el dinero. Todo por el bienestar del bebe y mío.

Pero el asunto se puso peor.

Además de la estafa, manipulada desde la confianza que deposite en ella, mi ex doctora me tenía otra sorpresa. En mi cita de la semana 36, luego de pesarme, tomarme la presión y medir mi panza, me dice que vaya practicando la respiración para el momento del parto. Después de tomar algunas notas, me despido de ella y paso a pagar la cita. En ese momento me llama nuevamente a su consultorio.

"Argénida, revisando tu expediente (se le ocurrió hacerlo luego de 36 semanas de embarazo, no antes, ni nunca. Parece que no tenía importancia hasta ese momento) creo que lo conveniente es hacerte cesárea. Mira, veo que lo del Papiloma..."

Deje de escuchar lo que me decía en ese momento. El mundo se me abría bajo los pies. Estaba confundida. ¿Por qué esperar hasta este momento para decirme algo así? ¿Cómo es eso de que podía contagiar a mi hijo del Virus del Papiloma Humano (VPH)? ¿Qué clase de doctora es está?

Respondí en monosílabos y salí de su consultorio en shock y dejándole un calendario en la mano, donde ella había marcado el dos de octubre como fecha para mi cesárea. Pero, siguiendo mi corazonada (que ahora si le iba a hacer caso) busqué información.

Pero primero debo explicar sobre el VPH. Fui diagnosticada por mi ex doctora de Virus de Papiloma Humano en el 2007. ¿Qué es? una infección viral de contagio sexual que padece más del 80 por ciento de las mujeres y que en su gran mayoría no lo sabe. En los hombres no tiene ningún efecto. En nosotras se ha demostrado que puede desencadenar el cáncer cervico uterino. Existen más de 100 tipos de este virus. Unos llamados de alto riego y relacionados con el cáncer cervico uterino (del tipo de cepa que me fue diagnosticada), y otros de bajo riesgo y relacionados con formación de verrugas en los genitales.

En mi caso, fue diagnosticado luego de un papanicolao. Tras una revisión se me detectó una pequeña lesión en el cuello del útero  Estuve en tratamiento. Las lesiones desaparecieron. Lleve controles de la presencia del virus en mi organismo dos veces al año. Resulta que en mujeres jóvenes este virus es atacado por el propio organismo y queda fuera de acción. Eso ayudado por las defensas altas, la buena alimentación y el seguimiento médico. No hay mayores consecuencias.

Según mi ex doctora, podría contaminar a mi hijo con el VPH si daba a luz de manera natural, eso a pesar de que mis últimos controles habían dado negativo para el virus.

Tras una exhaustiva búsqueda en internet descubrí que eso solo es posible cuando tienes verrugas (candilomas) producidas por el virus de bajo riesgo activo en tu organismo. Ese no era mi caso. Esto debido a que existía un riesgo de sangrado y, por lo tanto, de contaminación con la piel del bebe. Comenté el caso con algunas personas, incluyendo médicos. Una amiga, quien dio a luz a su beba de manera natural, me dijo que también había sido diagnosticada con el VPH y en sus últimos controles ya daba negativo. Su médico le dijo que para nada era necesario practicar una cesárea en su caso. Los médicos amigos me dijeron lo mismo.

Armada con la información, llame a mi ex doctora. Para mi sorpresa, me sugirió que me practicará un papanicolao...con 37 semanas de embarazo!!!!! Eso significaba riesgo de sangrado y, posiblemente, un adelanto de mi parto. No lo podía creer. Me dijo que si quería estar segura de que el virus estaba inactivo era lo mejor.

A pesar de que le dije que quería que me revisará el canal de parto, para saber si tenía algún tipo de lesión en el cuello del útero o algo fuera de lo normal (en ese momento reparé que durante mi embarazo solo me había revisado una sola vez, cuando tenía 9 semanas de embarazo), insistió en lo mismo y lo mejor (peor) vino después. "Te lo puedo hacer a las 38 semanas. No importa para ese momento que se te adelante el parto".

No pude más. Le colgué el teléfono e hice una cita con otra ginecóloga.

sábado, 13 de octubre de 2012

Mi parto

Si algo define mi parto es: corre corre.

La palabra, repetida dos veces para enfatizar, no suena bonita, pero describe literalmente lo que pasó la tarde del viernes cinco de octubre.

Dos días antes había cumplido las 40 semanas de embarazo. Algo contrariada por el afán de otros sobre el desenlace de mi embarazo, pase los dos días siguientes buscando estar tranquila y ponerme dos tapones en los oídos. En esa actitud "zen" me encontraba cuando el viernes en la mañana sentí que se me escapaba un poquito de líquido.

No, no era ruptura de fuente. Era muy poca la cantidad de líquido. De todas maneras, me dije, tenía cita con el obstetra. Si algo pasaba, me dejaría ingresada en la clínica. Mi esposo se levanta y se prepara para ir al trabajo. Le hago el comentario. Insiste en que vaya con mi suegra al médico, pero ando con una terquedad de esas que no tienen razones, pero que defiendes tener. Una hora después boté el tapón mucoso.

Observé la sustancia viscosa y marroncita como diez veces. Encendí la laptop para confirmar lo que había leído con anterioridad: era señal de que el parto estaba próximo. Podría ser hoy, mañana. Me cambie y no dije nada. Me despedí de mi suegra y le dije que cualquier cosa le llamaba. 

Cerca de las once de la mañana el médico me revisa. El niño ni siquiera está encajado. Aunque desde hace semanas siento contracciones,  nunca han sido regulares. Me dice que este vigilante a ellas y que sí se regularizan e intensifican lo llamara. "Creo que lo harás antes de la cinco de la tarde", me dice en broma. 

Llamé a mi suegra y le comenté lo que me había dicho el médico. Voy al salón de belleza. Allí, entre relajos y comentarios de mi próximo parto, me doy cuenta que las contracciones se hacen regulares. Sonrió por dentro. Mentalizó. Salí de ahí al supermercado, a dos esquinas. Compré algunas cosas y cuando subo al vehículo me doy cuenta que las contracciones se intensifican. 

Llegué agotada al apartamento. Almuerzo una ensalada y le digo a mi suegra que creo que nos vamos pronto a la clínica. Lo que no me imaginé es que tan pronto sería...fue muy pronto!!!

A las dos y  media de la tarde, y motivada por mi suegra, entro en la bañera. El agua me relaja y se intensifica el dolor. "Esto va rápido", me digo. Respiro, o al menos eso trato de hacer. Me visto y me siento en la sala. La ola de dolor viene y va. Llamo a mi esposo y me dice que va...que va a arreglar unos papeles. Le pido que salga lo más pronto posible. Mi suegra me consuela y acompaña. Benditas manos y bendita compañía. 

Llamo al médico y me dice que salga para la clínica. Mi suegra llama a mi esposo y no voy a repetir lo que le dijo, pero puedo decir que le dijo que saliera ya. Mientras, siento que un hacha me abre la espalda. Camino, balanceo mi cadera, respiro, me recuesto de la pared cada vez que viene una contracción...cada vez más fuerte. ¡Todo pasa muy rápido!

A las cuatro de la tarde llega mi esposo. Me aferro a su cuello. Las contracciones no me sueltan ya. No bien se apacigua una, inicia la siguiente. Esperamos a un sobrino de mi abuela, Danilo, que viene a buscarnos. Los minutos se me hacen eternos y el dolor me corta la respiración. Por fin llega el carro y bajo las escaleras (vivo en un segundo piso). A pasos de montarme en el vehículo el agua empieza a salir de entre mis piernas. Entonces, se arma el "corre corre".

No recuerdo mucho del camino a la clínica. Solo vocalizaba mi dolor (gritaba, en buen dominicano) y trataba de aguantar porque sabía y sentía que si hacía el mínimo intento de no aguantar el bebo nacía allí mismo. Mi esposo me tomaba de la mano y me consolaba entre una risa nerviosa. Mi suegra ya ni sabía que decirme y Danilo, al volante, trata de volar por encima de todo el mundo.

En la puerta de la clínica estalla el torrente de agua entre mis piernas. Ya no puedo ni hablar, solo veo a mi médico sentado en la emergencia. "Te estaba esperando". Me suben a una camilla y el médico, con esa calma sabia que admiro de él, me revisa. Entonces, se arma el segundo "corre corre". "Esta completa. Despejen el ascensor, rápido". Sólo distingo la voz de un enfermero que va junto a la camilla y me dice que no puje, que respire hondo. 

No hubo tiempo de ponerme una bata. Entre a la sala de parto con el vestido que llevaba puesto. Las enfermeras se apuran y yo tengo unas ganas enormes de pujar. Veo que el pediatra llega apurado. Me hace unas preguntas. Respondo. El médico se sienta delante de mí. Piernas abiertas. Una enfermera me ayuda y me dice como pujar. "No hagas la fuerza en la garganta, sino abajo, como si fueras al baño (la comparación, ahora que la pienso, no me agrada)". "Puja", me dice el médico y lo hago. "Esta primeriza es una campeona", me anima. 

Siento la cabeza del bebo. Pujo dos veces más y sale de mí. Lo ponen encima de mi barriga. Puse mis manos en su cuerpecito. Una perrilla le roba la tranquilidad y empieza a llorar. Le digo por primera vez su nombre. Fernando. Se lo llevan a pocos pasos de mí. Supongo que lo limpian y revisan. Sigo hablándole. Minutos después sale la placenta y mi doctor me la enseña. Me da unos puntos y me duermen. 

Despierto en la sala de recuperación. No sé que hora es. Tengo tantos deseos de ver a mi pequeño. Mi esposo entra y me llena de besos. Me habla de Fernando. Está en el cunero. El esposo está emocionado, feliz. Mi suegra entra también. Tan emocionada como mi esposo. Ella se estrena como abuela. Las enfermeras no paran de preguntarme si soy primeriza, si es mi primer parto. Me felicitan. No sabía que un parto natural era un acontecimiento tan extraño, quizás, o será que por la rapidez del mío les costaba creer que fuera el primero.

Mi esposo me dice que en la clínica no hay habitaciones disponibles. Me pasan a una habitación de recuperación. Entra mi hermana, mi suegra, una prima de mi esposo y mis compadres. Estoy bien, pero me entristece no poder ver a mi hijo hasta el día siguiente. Me enseñan fotos del bebo en el cunero. Es hermoso.

Mi esposo se queda conmigo. Me cuida y vigila el sueño. ¡Qué madrugada tan larga!

Temprano en la mañana recibimos la visita del pediatra. Todo bien con el bebo. Yo solo pienso en que ya me le dieron formula. Luego va mi doctor. "Estas muy bien. ¿Quieres irte hoy?". Claro!!! Sonrío. Recojemos todo. Y voy lo más pronto posible al cunero. 

Ahí está. Fernando. Con sus grandes ojos. Es mi hijo. Es el bebo que creció dentro de mí. Entro al cunero y mi esposo se queda fuera. Una enfermera me pasa al niño y me quedo mirándolo. Lo abrazo. Trato de recordar la forma en que debo colocarlo para amamantarlo. "¿Y tu médico no te dijo cómo hacerlo?", me dice una odiosa enfermera. "Una cosa es que me lo expliquen, y otra es hacerlo por primera vez", le respondo. Otra enfermera se acerca y me ayuda. 

Entonces sí, cuando Fernando me mira pegado a mi teta el mundo se abre nuevo para mí.

Bienvenido, Rey Sol.

Como siempre...mi nombre mal escrito.





martes, 9 de octubre de 2012

Y a las 40 semanas y dos días...

Nació Fernando.

Cinco de octubre.

A las 5:25 de la tarde.

Pesó 7 libras y 14 onzas. Talla: 52 centímetros.

Parto vaginal (natural, rápido y deseado. Ya contaré los detalles. Fue un "corre corre").

Lactancia desde antes de las 24 horas de nacido. Desde el tercer día solo seno, solo tetas.

Padre con mamitis aguda, pero todo un padre apoyando a la madre y esposa.

Ambos, felices.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Cuarenta semanas...y aún espero

Hoy, según los cálculos, cumplo 40 semanas de embarazo y aun el bebo no da señales de llegar.

Les confieso que pensé que para esta fecha estaría abrazando a Fernando, y pasando las malas noches anunciadas. Pero el bebo tiene otros planes.

Mis últimos dos meses de embarazo han sido de muchos movimientos. Cambié de ginecologo en la semana 37 (ya les contaré con detalle sobre las razones del cambio y de cómo la falta de ética médica en República Dominicana me regalaron las semanas más estresantes de ese proceso). A estos muchos movimientos estresantes de última hora se me ha sumado el afán y los comentarios fuera de lugar de la gente.

Supongo que no hay nadie con más deseo de conocer y abrazar a su hijo que yo. Nadie. Sin embargo, fuera del apoyo en esta espera que se ha hecho un poco larga, pero no anormal, he encontrado comentarios que lo único que suman es estrés y presión, que me quitan -aunque no quiera y me "unte un aceite imaginario para que me resbalen"- la paz y tranquilidad que se supone necesito.

"¿Y para cuando es?", "pero que se de rápido, que ya está bueno", "que se ponga en eso, que no estamos por esperar"....y así, sucesivamente. Y yo, a respirar. Y mi capacidad de ser "políticamente correcta" se me va agotando.

El domingo salí a caminar, como he hecho en estas últimas seis semanas, y creo que me excedí. Esa caminata fue, más que nada, un desahogo. Se me salían las lágrimas de rabia. ¿De verdad la gente, cualquiera, cree que tiene más conexión con este bebe dentro de mí? ¿Alguien cree que tiene más deseos de que yo de parir a mi hijo? ¿Alguien sabe de verdad o cree saber que tanto me duele la espalda, que tan incomodo se me hace dormir?

He decido esperar mi parto normal, nada me lo impide, pero parece que en esta sociedad de tiempos controlados y agendados eso parece, para algunos, un pecado mayor, una perdida de tiempo.

Les confieso que a veces me dan ganas de tomar un autoparlante y anunciar a voz de galillo que el que  sienta que Fernando está tardando mucho que deje de esperar y se olvide del caso y me deje en paz, a esperar a mi tiempo, a esperar el tiempo de mi hijo, a esperar el tiempo de mi cuerpo. Y que no, no me da la gana de hacerlo de otra manera, que no me importan la agenda de nadie (de verdad, no me importa), que porque le digan desde afuera que "llega, que esta bueno" ese bebe llegará cuando lo decida la naturaleza que rige este embarazo.

Cuando llegué de la caminata tuve que desahogarme con mi esposo. Me entiende, me abraza, me dice que no haga caso. Estoy haciendo el esfuerzo. Ayer estuve donde mi médico, el nuevo médico desde la 37 semanas. Me revisó. Me dijo que no hay muchos cambios, no hay dilatación, aunque el bebo está en posición. Me dijo que no desesperará, que es normal que las primerizas sobrepasen las 40 semanas, que muy pocos bebes nacen en la fecha calculada, porque esos cálculos son probables, que siga vigilando mis contracciones irregulares y que disfrute mis últimos días de embarazo.

De cumplir la semana 41 es probable que mi médico decida inducirme el parto. Por lo menos me dijo de inducir y no de hacerme cesárea. No quisiera que fuera así, pero lo prefiero a que me hable de operarme, opción que solo hemos visto en caso de que exista una razón verdadera para ello. Mientras, me repito todas las mañanas que confío en mi cuerpo, confío en el tiempo biológico para mi hijo, de mi embarazo.

Agradezco en estos días a mi madre, que desde Estados Unidos, me apoya y me da ánimos y que nunca me ha hablado con temor ni con miedo del parto natural, sino todo lo contrario. A mi hermana que me ha llenado también de cariño y que no tiene palabras de desespero para mí. A algunas de mis amigas, incluyendo a mi querida comadre Johanna, quien esperó un parto natural por casi 42 semanas y sabe muy bien por lo que estoy pasando.

A los que con sus comentarios y sus "afanes de agenda" me roban la tranquilidad que busco tener en estos días, les digo que se vayan al  carajo. Este es un asunto entre Argénida, su esposo, el bebo y mi médico.