jueves, 5 de octubre de 2017

Cinco años

Fernando cumple cinco años.

Mucho que decir de este viaje con mi hijo desde que nació, algo que creo estoy logrando con un poemario que trato de escribir sobre esta experiencia.

Sin duda, estoy feliz. Verlo crecer, saberlo fuerte, retador, afanoso en superar sus propios límites me pone aire bajo las alas.

Les comparto un fragmento de un poema que escribo y que se llama "Voz en el desierto", y que habla de la llegada de Fernando a mi vida.



"Dejo dicho/quizás lo necesites en una noche sin luna/que primero fue mi mano en tu espalda pequeña/que segundo, tus ojos en mis ojos asustados/que tercero, tu puño en mi dedo índice izquierdo/y luego/mis huesos pulverizados y vueltos a formar".

lunes, 28 de agosto de 2017

Llegar, quedarse

Me imita leyendo. La foto la tomó su papá, el esposo.
Fernando volvió hoy a la guardería. Nos pasamos la semana diciéndole que volvía en las tardes a la guardería, para prepararlo, porque nos han advertido de la resistencia de los cambios.
Cuando llegamos a la puerta se despidió de su papá con un beso, y caminó delante de mí. 

- ¿Dónde estamos?"
- Cuel
- En la escuela.

"¡Llegó Fernando!", gritaron los amiguitos cuando lo vieron. Se abrazó de la cuidadora. No vi su rostro ante el saludo de sus compañeros, pues estaba de espalda, pero se acercó al grupo. 

- Bye, Fernando. Mamá se va.
- Bye, mamá.

Me da un beso en la mejilla. Se quito las zapatillas, y regresó a su grupo. Sin llantos ni extrañezas.

Es la guardería de siempre. No lo cambiamos de colegio. Y creo que ha sido la mejor decisión.

lunes, 24 de julio de 2017

¿Vacaciones estructuradas?


Llenando su improvisada piscina.
El que tiene un hijo en cualquier terapia relacionada con conducta o alguna condición especial ha escuchado muchas veces la palabra estructura. Y esta palabra define, al parecer, mucho de lo que se hace con el niño o niña en sus terapias.

Y aunque no se mencione la palabra, es un hecho que también hay un tema de estructura para todos los niños: hora de levantarse, de desayunar, de comer, de dormir...

Hace tres semanas, la terapista de mi hijo me pregunta si lo voy a inscribir en un campamento infantil en sus vacaciones.

Le digo que no, que no tenemos para pagar un campamento.

Me dice que no es bueno que no tenga estructuras en sus vacaciones...

***
¿Vacaciones estructuradas?

Hace años que está el tema de los campamentos. Algo que no es malo, pero que al parecer va convirtiéndose en una especie de necesidad familiar para la clase media, en especial porque no siempre tienes vacaciones junto a tus hijos, y de paso no tienes con quien dejarlos, o donde dejarlos, mientras trabajas porque las escuelas están cerradas.

Y claro, los campamentos tiene horarios, actividades programadas.

Entiendo que unos padres que no tengan ayuda para cuidar a su hijo por un mes y medio no tengan otro camino que los campamentos, que tampoco es que son muy baratos, hay hasta opciones de prestamos para pagarlos.

Pero me pregunto, ¿las vacaciones ya no son vacaciones? ¿También deben seguir estructuras cuando se supone que es un tiempo de ser algo libres de ellas? ¿Ya los niños y niñas no deben aburrirse?

Recuerdo mis tiempos de aburrimiento vacacional, leyendo, viendo televisión, correteando, en casa del abuelo, con escasos paseos, pero paseos al fin, o a las actividades de la iglesia. Nunca tuve clases extracurriculares durante el año escolar. No fui a clase de ballet, ni de música, ni de nada. No había ni dinero para ello, ni cultura de mandar niños a un campamento.

Con 20 años fui voluntaria en un campamento de niños en la iglesia. ¡Una gran responsabilidad! Desde esa época he visto como se ha ido normalizando el tema de los campamentos. Nada malo tienen, pero me preocupa eso de que los niños siempre tenga que cumplir horarios, estructuras.

¿No los estaremos preparando para que no sepan apreciar su tiempo libre? ¿Para que siempre tenga la imperiosa necesidad de cumplir horarios, compromisos, estructuras?

***
Fernando, fuera de la condición por la que debe tomar terapias, es un niño. Y un niño que también va la escuela, que cumple horarios.

No niego que en estas vacaciones he deseado más de una vez tenerlo en un campamento, o de devolverlo con la cigüeña, pero a veces lo veo inventar, explorar, encaramarse, pedir que quiere jugar con la pelota  y entiendo que esa otra estructura es necesaria: la de disponer el tiempo sin horarios para ser y hacer...aunque eso signifique sudar y agitarme detrás de él.

Para eso también se es madre, para desesctructurarse la vida.

lunes, 5 de junio de 2017

Llanto por el hijo llegado

Foto: Argénida Romero
Deseamos los hijos. ¿Deseamos los hijos?

¿Queremos algún tipo de hijo? ¿Nos decepcionan los hijos? ¿Queremos que nuestros hijos sean lo que queremos o lo queremos como son?

En la pasada Feria Internacional del Libro escuché un poema, en un recital. Un poema que por un tiempo busqué pero del que solo había encontrado un fragmento.

El poema lo escribió una mujer. Se llamaba Carmen Natalia. No tuvo hijos, pero habló del miedo de tenerlos, al menos eso creo. Su poema se llama "Llanto sin término por el hijo nunca llegado".

Lloré cuando lo escuché completo. Lloraba por el hijo que sí llegó.

En un momento me sentía ahogada por el llanto, sobrecogida, ahogada en la angustia de ser madre. Carmen Natalia, que murió hace cuarenta años, que nació hace cien años, que nunca me conoció, a quien nunca conocí, dio voz a mi angustia de madre. Sí, porque existe la angustia de ser mamá, mas cuando sabes que has tenido que aprender a ser la madre que nunca esperaste ser.

Cuando sabes que eres la madre a la medida de tus hijos, y no al revés.

¿Se hace más problemático ser madre ahora que antes? No lo sé. Pero se que hay silencios que no sabes como traducir, pero que llega una mujer, una mujer que habla de su angustia de no ser madre, de su miedo, de su renuncia, y el silencio se te convierte en un grito hondo que te derrumba, y luego te da la mano para levantarte.

Y lo ves, aunque a veces lo olvides, sobre la angustia se puede navegar, y llegar al puerto donde siempre te puedes poner de pies, y si tienes suerte, encontrar las manos, las voces, que le den hogar a tus silencios.

Hice un vídeo del recital, no es muy buen vídeo, pero creo que se puede apreciar el poema.


viernes, 24 de febrero de 2017

A tu hijo/hija le llega su tiempo

El tiempo pasa y con frecuencia decimos que pasa volando. Mi amiga Yolanda suele decir que hagas o no hagas, el tiempo pasa como quiera. Pero el tiempo no solo pasa para nosotros, también lo hace para los demás, y para nuestros hijos.

Cuando nacen, cuando vemos a ese bebé pequeñito que depende de nosotros nos sentimos de muchas maneras. Grandes, pequeños, desbordados, incoherentes, inmensos, asustados, felices... Ahí estamos y vamos tomando distintas lecciones sobre ese papel sin guía que asumimos como padres, aunque solemos fallar con frecuencia en un asunto particular, más en esta época: el tiempo que pasa.

Son pequeñitos y queremos que crezcan rápido, luego nos come la nostalgia cuando (es irremediable) el tiempo les pasa y ya no son bebés. Nos perdemos su presente deseando "librarnos" de esa trajín de los primeros meses, de la dependencia de nuestros hijos, y luego andamos teorizando de como "alimentar su independencia", y posiblemente nos quejamos cuando ya no necesitan de nosotros como antes. Vamos de un lado a otro con el tiempo, y en el camino a veces los empujamos a que también aceleren, lleguen donde queremos que estén...para nuestra conveniencia, a pesar de que no lo reconozcamos.

Y sí, es difícil a veces. No solo es la propia presión que le pones el tiempo, que pasa como quiera, sino el te pone la gente, familiares, amigos, desconocidos. Y van desde los temas del tiempo que das teta, de cuándo dormirán en su habitación y cuándo dejarán los pañales. 

Esos primeros meses con Fernando. Todo tan confuso, pero también tan feliz, tan descubrimiento, tan desbordado. Tomé decisiones que muchos no aprobaban y pensé desde el primer momento en el tiempo. No quería que corriera, quería que pasará pero sin hacerlo huir. 

Pero llegaron esos apuros, de la dormida, de los pañales. Raro que cuando me empecé a preocupar por la falta de habla de mi hijo, la mayoría que me apuraba con lo otro me decía "hablará a su tiempo". 

En medio de ese remolino de tiempo y presión, aparecieron las sabías palabras de la tía Charo, la tía de mi esposo: "Los niños tienen su momento. Lo hacen a su momento". Entonces me calmé. Y mientras llevaba a mi hijo con tres años cumplidos a sus primeras terapías decidió él que era tiempo de orinar sin ayuda. No lo hizo cuando quise, ni cuando lo ataque, sino cuando estaba listo. Claro, le había enseñado que era ir a hacer pis, había visto y veía a su papá en ello, pero lo hizo a su tiempo, me parece. ¿Un tema de madurez? Lo creo. 

Después de este episodio le tome la palabra literal a la tía Charo con lo demás. Meses antes del tema de no usar pañales por el tema de la orina habíamos hecho la mudanza a su habitación, lo he comentado antes. No hubo apuros con eso. Hoy se levanta en las madrugadas, y como no le teme a la oscuridad (no se lo enseñamos...) viene caminando desde su habitación a la de nosotros, se sube a la cama, se acomoda entre nosotros y se arropa...y me abraza. Disfruto mucho eso.

Y luego llegó lo otro, no hace tanto...después de meses de decirle cómo y dónde se hacia "el número dos", de perseguirlo con una bacenilla, resulta que un día fue al baño, tomó el adaptador que compré hace dos años y se sentó. Listo. Y lo ha seguido haciendo sin mayor contratiempo. 

Nunca avergoncé a Fernando por el tema de ir al baño. Me ha tocado ver a padres ser duros con eso, tan duros que delante de otras personas señalan a los hijos como "malos" porque esa razón, por la vergüenza he oído decir.

Agradezco a la tía Charo por enseñarme una de las lecciones más valiosas como madre: el tiempo que pasa y que trae cada cosa a su momento. Y es bajo ese regalo del tiempo que pasa que podemos tener y dejar ir, y en ese tener que va rápido aprendemos a soltar los lazos.

Porque a todo le llega su tiempo.

Fernando y sus carritos.


lunes, 2 de enero de 2017

Los "diferentes"

Foto tomada de www.decorablog.com

Finalicé el 2016 con ocho meses de terapia con Fernando.

Todo va para mejor. Todo parece avanzar. Y desde el bunker de mi maternidad sonrío con alegría, con alivio, con esperanza en la misma medida en que me he quebrado durante este trayecto, quebraderos que han incluido las autocuestiones sobre las diferencias.

¿Por qué mi hijo necesita terapias? La respuesta es obvia para mí y mi familia, la cercana. No es algo que me pese, o me atormente, Pero la pregunta la hago no en relación a mi hijo, sino frente a todos los demás. ¿Es lo que lo hace diferente? ¿Por qué el adjetivo es necesario?

Junto a Fernando y sus terapias he conocido a otras familias y a otros niños. Me pregunto si se hacen la misma pregunta.

Entonces me recuerdo sentada en esa escalera de madera, haciendo tareas, o leyendo por alguna esquina, mientras mis hermanos hacían otras cosas tan distintas a mí como el día de la noche. Hermanos de la misma madre, del mismo padre. Íbamos a la misma escuela, tuvimos en los primeros años de primaria los mismos profesores, jugábamos en el mismo patio. Y entre nosotros, las diferencias marcadas, que fueron creciendo y creciendo con los años y dejándonos solo los recuerdos comunes como puentes, eso y el amor que nos une, a pesar de cualquier pesar.

Y desde que tengo memoria recuerdo las diferencias entre todos los que he conocido, he amado, me han amado, y amo. Las físicas, las intelectuales, las ideológicas, las de las decisiones y los hechos, de las acciones.

Me atrevo a decir que los que nos hace cercanos son las diferencias.

¿Contradictorio? Es probable. También es un pensamiento positivo, consolador y que dentro lleva una bomba de tiempo. Porque lo que nos acerca en las diferencias también nos aleja.

Va, entonces, la cuestión nueva.

La distancia suficiente para hacernos individuos y colectividad. Un ejercicio diario y difícil. A las madres nos cuesta. El lazo es fuerte, pero ir soltando es no solo imperioso, sino inevitable, y una manera de ejercitar la equidistante diferencia que nos hace individuos y colectivo, a la vez.

Porque todos necesitamos ser diferentes, aunque no lo entendamos del todo.