sábado, 12 de octubre de 2019

Siete años



Hoy (el 5 de octubre), por encima de toda tristeza y tribulación personal, es un día muy feliz, demasiado feliz para mí.

Mi hijo cumple años.

Fernando llegó a mi vida antes de nacer. Lo desee, lo busqué y lo amé desde el momento uno que me lo colocaron sobre la panza cuando dí a luz.

5 de octubre de 2012, a las 5:25 de la tarde.

Un parto apurado, sin medicación ni nada porque no dió tiempo a nada (ahí descubrí que parezco tener un umbral del dolor amplio).

De todos los recuerdos que guardo, la mayoría borrosos y trastocados, sé que nunca olvidaré la primera vez que mis ojos se cruzaron con los de él, en mis brazos, y como se quedó mirando mi rostro, como diciendo "por fin te veo la cara, mamá".

Al Fernando, el que acuné en mis pensamientos antes de que naciera, se fue años después. Fernando nació otra vez, en abril de 2016. Era en ese entonces el mismo bebé que parí, pero sé convirtió en el hijo real ese día, en que no solo entendí quién era, sino que comprendí que una madre y un hijo nacen muchas veces y de muchas maneras, y que la única resurrección posible es la de aceptar desde el amor.

Fernando es feliz y lo sé. Sus "te quiero, mamá". Sus abrazos, su risa, sus pleitos de adolescente precoz, de los que se tira en la cama con la cabeza entre la almohada luego de estrallar la puerta de la habitación porque mamá le dijo que no ahora, que esto no lo puede usar o porque tiene que hacer algo que no quiere, sus "falta mamá", sus "¿Estás bien?"... Es una expresión de lo amplio que se vuelve su mundo.

Ser su mamá ha sido toda una ruleta rusa. Supungo que él tendrá sus quejas en algún momento de mí. Lo que sí sé es que al igual que esa primera vez que lo acuné y me observó con esos ojos de niño que encontró su lugar, y yo lo mire con la sonrisa más amplia de mi vida, siempre nos reconoceremos y nos sabremos unidos por algo que esta mujer de muchas palabras jamás podrá describir.