lunes, 5 de octubre de 2015

Ya tiene tres años

Dicen siempre que los niños crecen rápido.

Al parecer este no es un axioma absoluto. En mi caso, mi hijo ha crecido a la medida del tiempo, sin prisas ni lentitudes.

Esta madre ha vivido con intensidad el crecimiento de su hijo, sin lamentos del sin tiempo o del poco tiempo. Y cada día, y cada semana y cada mes, y cada uno de estos tres años junto a él me han regalado suficiente luz para no caer en las sombras.

Es un pequeño tan mío en la misma medida que es ajeno a mí. Dualidad de dar para que sea lejos de mí, y de él darme sin saber que puede sembrar en mí.

Tres años de abrazos, de besos, de lágrimas, de decisiones, de admiración, de ruptura, de amor bobo, de amor furioso, de apatía.

También tres años de lactancia, un proceso que pensé no llegaría hasta aquí, pero que aun sigue ante la mirada extrañada y cuestionadora de muchos, y también ante la admiración de algunos. Ya sus tomas son pocas, pero debo agradecer todo lo que mi lactancia me ha enseñado sobre los lazos de amor y apego, y del desapego amoroso que encamina (aunque muchos no lo crean).

Ha sido un día de cumpleaños raro, lo es cuando es lunes y todos estamos inmersos en trabajos, deberes y también el cumpleañero está en escuela. Pero ha sido un día hermoso, lleno de recuerdos bonitos del día en que nació mi hijo y con él otra mirada a la vida.

Fernando crece y yo lo miro crecer. Y también suele ser al revés. Agradezco eso cada día.

Globos para volar, quizás.



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