miércoles, 3 de septiembre de 2014

Aprendizajes

La vida de madre es un pequeño manicomio.

Les confieso que en ocasiones he deseado no tener un trabajo formal, que pueda trabajar desde casa para disfrutar y sufrir a mis anchas mi maternidad. Pero eso no es una posibilidad. La verdad es que el agotamiento habla por mí cuando hago estas reflexiones. Y luego, en un sentimiento bipolar, sueño con el día en que Fernando esté en la escuela y vuelva a tener un espacio del día, las mañanas, para...respirar. Y confieso que este último pensamiento es del que me desdigo más rápido.

Pero para ser sincera uno no se imagina lo que es criar un niño hasta que no lo tiene, sea por que lo engendre o lo adopte. Los niveles de energía, curiosidad, empoderamiento de su individualidad (leáse pataleos) y sus constantes brotes de alegría y euforia amenazan la paciencia de cualquiera. En este punto siempre me pregunto que tan dispuesta estoy de criar desde él y no desde mí. Y el asunto no es tan fácil como decir que sí o que no.

El asunto de enseñar límites, en empatizar con ese pequeño que me roba el corazón pero que en más de una ocasión me pone la capacidad de explotar al límite, es una tarea constante. A veces le grito, a veces le doy una nalgada, a veces solo me queda agarrarlo del piso para que en medio de un pataleo no se de un golpe. Y respirar.

Aprendizajes.

Me detengo y pienso en que también fui una niña de su edad, con pataleos incluidos. Es difícil imaginarse ahí, pero si interrogo a mi madre estoy segura que me dará detalles de mis travesuras, de mi energía y de mis brotes de alegría e euforia.

También lo veo y sé que toda esa energía del "Terremotico", así le dice el padre, es señal de que es un niño feliz, de que es un individuo que se desarrolla con esa normalidad física que deseamos todos los padres del mundo, y que a mí a y a su padre nos toca canalizar, acoger y dar espacio.

Verlo todos los días "saltar con algo nuevo", perseguir y observar cada insecto que se le cruza en el camino, reír a carcajadas mientras ve su programa preferido en Baby TV, escucharlo en un monologo con sus juguetes y otras mil maravillas no solo me enternece, sino que me hace constar lo rápido que pasa el tiempo, lo pronto que cumplirá dos años y lo distinto que es al bebé que cargué por primera vez el 6 de octubre del 2012.

Y lo veo correr y mirarme de lejos, decidir que puede explorar lejos de mí, y sé que ni los brazos ni las tetas, aun lo lacto, han provocado nada de lo que algunos auguraban. Pero también me hace ver que este "Terremotico" es una persona tan diferente a mí, algo que espero no olvidar. Saber que Fernando tiene y tendrá sus propias alas, sus caminos, sus caídas y sus renaceres.

Y todos los días, todos, Fernando me enseña no solo a que hay un momento para sonreír, que puedes aprender a no explotar, a saber que si es posible criarlo desde él a pesar de que a veces me desdiga con un grito o con una nalgada, sino que también me enseña a recordar la olvidada facultad de ver la vida con curiosidad cada día.

Con todo y mi pequeño manicomio.

¿Ven? El me enseña que me puede dar la comida también.

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